Editorial:

Iglesia y mujer

JUAN PABLO II ha dictaminado "de forma definitiva" que la mujer no puede acceder al sacerdocio, pero lo ha hecho sin ampararse en la facultad que le atribuye la Iglesia de ser infalible, es decir, sin calificar esta prohibición como dogma de fe. De ahí que los teólogos críticos con este criterio, y atendiendo a estos importantes detalles, se hayan refugiado en la esperanza de que en un futuro la misma Iglesia, aunque otro Papa, cambie de opinión.No es una esperanza vana. En sus veinte siglos de existencia, la Iglesia ha corregido su cuerpo doctrinal en temas tan sustanciales como la distribuci...

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JUAN PABLO II ha dictaminado "de forma definitiva" que la mujer no puede acceder al sacerdocio, pero lo ha hecho sin ampararse en la facultad que le atribuye la Iglesia de ser infalible, es decir, sin calificar esta prohibición como dogma de fe. De ahí que los teólogos críticos con este criterio, y atendiendo a estos importantes detalles, se hayan refugiado en la esperanza de que en un futuro la misma Iglesia, aunque otro Papa, cambie de opinión.No es una esperanza vana. En sus veinte siglos de existencia, la Iglesia ha corregido su cuerpo doctrinal en temas tan sustanciales como la distribución de las almas en la vida eterna -el limbo ya no figura en los nuevos catecismos- o en los rigores de determinadas prácticas como el ayuno previo a la comunión -no hace tanto era pecado mortal ingerir agua horas antes de la eucaristía- Y reciente está aún la revisión autocrítica del propio Juan Pablo II de los anatemas históricos con que la Iglesia castigó determinadas verdades científicas.

Con todo, la prohibición definitiva de Juan Pablo II al sacerdocio femenino no tiene la fragilidad que algunos le atribuyen. Al margen de los considerandos teológicos, cuyo sustento doctrinal es un debate que compete a la comunidad católica y sólo a ella, el pronunciamiento vaticano refuerza una tradición de siglos y añade serias incomodidades a cualquier Papa que, en un futuro, quisiera corregir este veto de Juan Pablo II.

Desde dentro de la propia Iglesia, el veto al sacerdocio femenino preocupa en la medida que pueda ser un obstáculo al proceso ecuménico. Aunque las fuertes convicciones de Wojtyla no permiten ni tan siquiera pensar que detrás de este pronunciamiento haya ninguna estrategia de captación de feligreses anglicanos, en un momento en que la Iglesia de Inglaterra ha consagrado el sacerdocio femenino, sí es cierto que la renovada prohibición vaticana refuerza las diferencias con sus hermanos anglicanos y el atractivo de Roma para muchos seguidores de la Iglesia de Inglaterra que están en desacuerdo con el paso dado por su jerarquía.

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Sin discutir la base doctrinal que apoya las formulaciones de Wejtyla, la ciudadanía sí puede plantearse una reflexión sobre el impacto que tiene este tipo de decisiones en la propia sociedad, inclusive en la que es ajena a la comunidad católica. Con no ser la misma de antaño, no es nada desdeñable la influencia cultural del catolicismo en el orbe occidental y, por tanto, tampoco lo es el impacto que tienen sus mensajes en los modelos de convivencia. La lucha de la mujer por su equiparación social con el hombre recibe un importante revés en la medida en que una corporación tan importante como la Iglesia mantiene el papel subsidiario de la mujer. Esta marginación perpetúa un reflejo social de veinte siglos: el modelo de sociedad de las Escrituras.

Haya o no cerrado definitivamente Juan Pablo II las expectativas de la mujer al sacerdocio católico -en este punto no hay acuerdo entre los mismos teólogos-, sea o no fundamentada la declaración papal -también en este punto existe disputa doctrinal-, el pronunciamiento vaticano es un importante obstáculo, aunque sólo sea por sus efectos sobre amplios sectores sociales, al discurso sobre la igualdad entre hombres y mujeres.

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