Editorial:

La derrota de Major

LA DERROTA de los conservadores en las elecciones municipales británicas ha sido mucho mayor de lo que temían los más pesimistas de entre sus partidarios. Globalmente han obtenido el 27% de los votos, mientras los laboristas han alcanzado el 41%, y los liberaldemócratas, el 38%. Los tories han quedado, pues, en tercer lugar, algo que nunca les había ocurrido. Han perdido distritos en toda la geografía electoral: en varios distritos de Londres, en zonas rurales, en Escocia y en Gales. Esto se produce cuando John Major, el jefe del Gobierno, está sometido a duras críticas dentro de su mismo part...

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LA DERROTA de los conservadores en las elecciones municipales británicas ha sido mucho mayor de lo que temían los más pesimistas de entre sus partidarios. Globalmente han obtenido el 27% de los votos, mientras los laboristas han alcanzado el 41%, y los liberaldemócratas, el 38%. Los tories han quedado, pues, en tercer lugar, algo que nunca les había ocurrido. Han perdido distritos en toda la geografía electoral: en varios distritos de Londres, en zonas rurales, en Escocia y en Gales. Esto se produce cuando John Major, el jefe del Gobierno, está sometido a duras críticas dentro de su mismo partido. Le acusan de carecer de una política clara, de oscilar de unas posiciones a otras. Si la sorpresa del éxito conservador en las elecciones generales de 1992 contuvo este movimiento de rebeldía y permitió a Major sostenerse en Downing Street, los resultados del jueves van a tener un efecto acelerador del deterioro del actual primer ministro.Si se extrapolasen esos resultados a unas elecciones generales, ello se traduciría en una aplastante mayoría laborista de 125 diputados en la Cámara de los Comunes. Cierto que nunca los resultados son iguales en consultas municipales o legislativas, pero es una cifra que da idea del descalabro sufrido por Major. El presidente del Partido Conservador, sir Norman Fowler, atribuye los resultados a circunstancias locales, diciendo que el voto conservador se recuperará en ulteriores consultas, pero la opinión más extendida es que las motivaciones del voto han sido políticas en primer. término: la gente ha votado contra Major y éste tiene que hacer frente ahora a una situación política que se le va de las manos.

Michael Portillo, ministro del Tesoro, y en el que muchos ven al más probable sustituto de Major, ha declarado que los malos resultados obtenidos "tendrán el efecto de unir al partido tras su líder", una frase tan abusivamente optimista que define exactamente lo que Major no puede hacer. Es probable que la crisis en la cumbre tory no se abra hasta las elecciones europeas, ya muy cercanas. Pero si en éstas los resultados se acercan a las municipales, no es arriesgado afirmar que los días de Major estarán contados y que el Partido Conservador tendrá que dedicarse a buscar y elegir un nuevo líder.

Por otra parte, el éxito de los liberaldemócratas plantea un problema político nuevo. El sistema electoral británico elimina o reduce a la mínima expresión a cualquier tercer partido que rompa el esquema bipartidista clásico. Pero ello crea una situación cada vez más artificial. Y ahora, una vez que el tercer partido ha logrado superar a los conservadores en las últimas elecciones, la urgencia de buscar un sistema que le reconozca su fuerza real se hace imperativa.

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