Tribuna:

Madrid en guerra

Al margen de la polémica sobre las posibles excavaciones en la plaza de Oriente, solar de la primitiva alcazaba árabe de Magerit, siempre me ha sorprendido la afición de los madrileños a la arqueología. Por menos de nada, y sin que nada aparentemente lo justifique (la historia de esta ciudad tampoco da para tanto), los madrileños cogen el pico -ahora el martillo neumático- y empiezan a cavar zanjas buscando no se sabe qué tesoros ocultos desde hace tiempo en el subsuelo de la ciudad. Cuando no es el Ayuntamiento es la compañía del gas, y cuando no es la Telefónica o Iberduero son las brigadas ...

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Al margen de la polémica sobre las posibles excavaciones en la plaza de Oriente, solar de la primitiva alcazaba árabe de Magerit, siempre me ha sorprendido la afición de los madrileños a la arqueología. Por menos de nada, y sin que nada aparentemente lo justifique (la historia de esta ciudad tampoco da para tanto), los madrileños cogen el pico -ahora el martillo neumático- y empiezan a cavar zanjas buscando no se sabe qué tesoros ocultos desde hace tiempo en el subsuelo de la ciudad. Cuando no es el Ayuntamiento es la compañía del gas, y cuando no es la Telefónica o Iberduero son las brigadas del agua del Canal de Isabel II, el caso es que Madrid, sobre todo su centro histórico, está siempre en plena autopsia, con las vísceras al aire y el estómago sin cerrar.Sorprende también la desincronización que existe entre los arqueólogos, que nunca se ponen de acuerdo. No es raro que una mañana lleguen los empleados de las cloacas, abran la calle, la cierren al día siguiente y la vuelvan a asfaltar y que, a los dos o tres días de aquello, aparezca otra brigada de arqueólogos y comienza a excavar en la misma calle destapando lo que aquéllos acababan de tapar. En la mía, en lo que va de año, ya han abierto cuando menos cuatro veces, lo cual, aparte de sorprendente, no deja de ser vistoso, sobre todo por la alegría que los trabajadores le dan al barrio con sus piropos a las vecinas, sus bocadillos de la mañana, su impedimenta de vallas y pasos provisionales y el acompañamiento de los martillos neumáticos, tan gratos al oído como difíciles de olvidar. Una obra es una obra y exige siempre parafernalia.

Es por eso, seguramente, que los madrileños asistimos entre escépticos y distantes a las imágenes que de Bosnia nos ofrece cada día el Telediario. Acostumbrados a vivir en pie de guerra, entre zanjas y trincheras y barricadas interminables, no nos resulta difícil entender lo que es la guerra, sobre todos los barrios del centro, donde el peligro de caer a una de aquéllas o de pegarse contra un andamio, poste, contenedor o montón de sacos caprichosamente atravesados en la calle es el pan de cada día y la sorpresa de cada anochecer. Algunos se quejan de ello, pero yo creo que no tienen razón. Mientras otros tienen que viajar a Sarajevo para experimentar sensaciones fuertes y conocer de cerca la guerra los madrileños podemos hacerlo sin tener que salir de aquí.

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