Editorial:

¿Tres Suráfricas?

HACE AÑOS que el jefe Mangosuthu Buthelezi, líder del Partido de la Libertad Inkhata QFP), casi exclusivamente zulú, tiene un problema grave con el futuro pacífico de Suráfrica: no quiere aceptarlo. Y se niega a endosar un paquete de medidas que implicarían la desaparición del apartheid y el establecimiento de un sistema político libre y democrático que supondría el triunfo de la inmensa mayoría negra.La razón de todo ello estriba en que, por mucho que le apetezca conseguir que su pueblo zulú se libre de la esclavitud a que le tenía sometido la minoría blanca, pesa más en la bala...

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HACE AÑOS que el jefe Mangosuthu Buthelezi, líder del Partido de la Libertad Inkhata QFP), casi exclusivamente zulú, tiene un problema grave con el futuro pacífico de Suráfrica: no quiere aceptarlo. Y se niega a endosar un paquete de medidas que implicarían la desaparición del apartheid y el establecimiento de un sistema político libre y democrático que supondría el triunfo de la inmensa mayoría negra.La razón de todo ello estriba en que, por mucho que le apetezca conseguir que su pueblo zulú se libre de la esclavitud a que le tenía sometido la minoría blanca, pesa más en la balanza, por un lado, su terror a quedarse sin futuro personal, y por otro, su violenta resistencia a encontrarse en minoría política respecto de sus rivales de lo que él llama los comunistas del Congreso Nacional Africano (ANC) de Nelson Mandela. Es obvio que así ocurriría si se recuerda que en el mismo Natal, provincia de gran mayoría zulú, hace tiempo que los sondeos electorales dan la mayoría política al ANC en proporción de cinco a dos.

En el pasado, el partido Inkhata se alió con frecuencia con el Gobierno blanco de Pretoria para hacer frente a un ANC que aún se encontraba en la clandestinidad y cuyos fundamentos ideológicos eran, bien es cierto, marxistas. Con el paso de los años ha habido mucha sangre entre los dos pueblos y aún hoy son diarios los incidentes que se saldan con decenas de muertos. Importa recordar que ambos grupos son culpables de la violencia.

Mandela hizo, desde el momento en que fue obvia la derrota del apartheid, decididos esfuerzos para apaciguar a Buthelezi. Y, en determinados momentos de las discusiones políticas de los últimos meses, éste aceptó formalmente los ofrecimientos de aquél. Pero sólo para desdecirse a la primera oportunidad. Estos movimientos de vaivén son simplemente ejercicios de chantaje político. A casi todos se han plegado Nelson Mandela y el presidente De Klerk en aras de la paz.

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Una lógica perversa puede conducir a que acaben por encontrarse los dos grupos surafricanos que tienen más que perder con la democratización. Hace pocos meses se produjo una unión esquizofrénica denominada Alianza por la Libertad (FA), integrada por dos facciones de la extrema derecha blanca (el Partido Conservador y el Frente del Pueblo Afrikáner) y por el Inkhata (además de un grupo de dirigentes de los homelands de Bofuzatsuana y Ciskei). ¿Su objetivo? Partir a Suráfrica en tres: una, reconvertida a la mayoría negra con convivencia multirracial democrática; otra, un volkstaat con apartheid de dominio blanco, y otra, un Estado zulú en Natal.

El proyecto es inviable porque tanto los afrikáners blancos en el territorio que escogerían como base para su nuevo Estado (una parte imprecisa del Estado Libre de Orange) como los zulúes en Natal están lejos de encontrarse en mayoría en uno u otro. Pero también porque, en el caso de los blancos, supondría permitir que se encerraran una vez más en un país cuya esencia sería nuevamente la discriminación racial. Finalmente, porque partir Suráfrica en tres Conduciría a la guerra civil.

Estas razones han llevado tanto al ANC como, de rebote, al Gobierno de Pretoria a plegarse a las demandas del Inkhata sobre una estructura federal para Suráfrica. Nelson Mandela hizo hace pocos días una oferta muy generosa que atendía a las maximalistas exigencias ya formuladas por Buthelezi: un proceso electoral doble (a nivel nacional y a nivel regional) para el 27 de abril, nuevas competencias fiscales para las regiones y una garantía de que se reconocerá a cada pueblo su derecho a la autodeterminación.

Buthelezi ha rechazado el ofrecimiento por "ridículamente inadecuado", aunque luego haya afirmado que no se retira del proceso electoral. Era de esperar. Había asumido que ni Mandela ni De Klerk se plegarían a sus exigencias. Se ha equivocado: a diferencia de él, tanto el presidente como el líder del ANC dan a diario muestras de querer decididamente la paz.

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