Tribuna:

Tuyo

Pablo Virilio, barrendero madrileño, un hombre sin muchas aspiraciones, satisfecho, amable, cariñoso y lleno de buenas intenciones, una noche mientras barría la calle de Fuencarral oyó a pocos pasos de él unas palabras entre un hombre y una mujer. Ella le decía, con cierto tono desafiante:-Sí, pregunta, pregunta...

-Hum, hum, espera que lo piense -mascullaba él tratando de eludir el bulto.

Pablo Virilio se volvió, pero no vio a nadie cerca. Mientras seguía barriendo tuvo un sentimiento de solidaridad hacia ese hombre. No es que su mujer fuera así. Ni mucho menos. Pero a veces se ...

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Pablo Virilio, barrendero madrileño, un hombre sin muchas aspiraciones, satisfecho, amable, cariñoso y lleno de buenas intenciones, una noche mientras barría la calle de Fuencarral oyó a pocos pasos de él unas palabras entre un hombre y una mujer. Ella le decía, con cierto tono desafiante:-Sí, pregunta, pregunta...

-Hum, hum, espera que lo piense -mascullaba él tratando de eludir el bulto.

Pablo Virilio se volvió, pero no vio a nadie cerca. Mientras seguía barriendo tuvo un sentimiento de solidaridad hacia ese hombre. No es que su mujer fuera así. Ni mucho menos. Pero a veces se ponía exigente y quería que él le dijera algo. Y a él, la verdad es que no le salía decirle nada. Tampoco, contarle sus sentimientos. ¡Pero si ni él mismo sabía lo que sentía!

Y aún no había terminado de barrer la acera, cuando volvió a oír las mismas voces:

-Sí, pregunta, pregunta... -insistía ella en idéntico tono desafiante.

- Hum, hum, espera que lo piense -contestaba él de nuevo, intentando eludir el bulto.

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Esta vez, Pablo Virilio se volvió y acercándose sigilosamente miró en el interior del contenedor, descubriendo la procedencia de aquellas voces: en una jaula plateada había dos preciosas cacatúas. Mientras levantaba la jaula observó cómo la cacatúa hembra miraba al macho e, inclinando la cabeza, repetía irónica y desafiante por tercera vez sus dos palabras. El macho, volviendo la mirada hacia el otro lado y alejándose tres pasos de ella, repitió a continuación su respuesta. En el interior de la jaula, Pablo Virilio encontró también una nota que decía: "Sólo comen manzanas Golden, zanahoria rayada, espigas de panizo y aceitunas rellenas. Muchas gracias".

Cuando su mujer vio las cacatúas, dijo que ni hablar, que ella no quería animales en casa. Lo único que daban era trabajo. Sin embargo, en cuanto las oyó hablar cambió de parecer. Se sintió tan identificada con las palabras de la cacatúa hembra que aceptó rápidamente. Como la cacatúa, ella también estaba deseando romper aquellos terribles y pesados silencios de su marido, de saber lo que realmente estaba pensando. Pero era imposible. Él se cerraba en banda y no había manera. A veces ella tenía la tentación de provocarle, de decirle: pregunta, pregunta, ya verás lo que te contesto. Pero tampoco quería estropear las cosas. Y así fue como la familia Virilio-López se multiplicó por dos y vivieron las dos parejas en feliz armonía. Ellos, en silencio, sentados en el viejo tresillo, y los pájaros arriba, como fiel espejo de lo que abajo sucedía. Y a la inversa.

Y cambió el viento. Y ocurrió algo inesperado. Acostumbrados a la letanía de las cacatúas, que se había convertido en una música a la que ya no prestaban atención, de pronto la hembra dijo:

-Qué egoísta y qué tuyo eres.

-¿Tuyo, tuyo, tuyo? -le respondió el macho.

Y entonces la mujer de Pablo Virilio, animada por las palabras de la cacatúa, le soltó a su marido todos los reproches que se había callado durante esos 10 años. Le dijo que estaba harta de su abandono, de su dejadez, de su silencio y que para vivir así era mejor que se separaran. Creyendo que era un pronto de su mujer, él se quedó callado, asustado y, como siempre, en silencio. Sin embargo, ella hablaba en serio y éste fue el comienzo del fin de la familia Virilio-López. A los pocos días ya se habían repartido todos sus bienes. En el sorteo, a ella le tocó el macho y a él la hembra. Y, cada uno por su parte, fueron felices, vivieron muchos años y fundaron sendas familias monoparentales.

Bueno, aquí queríamos llegar. Pues aunque esta historia plantea algunas preguntas interesantes con respecto a la eterna diferencia de los comportamientos masculino y femenino, siendo el silencio de los hombres una de las principales causas de separación matrimonial, la verdadera pregunta que aquí nos interesa es: ¿cuál es la convivencia mínima y el grado de parentesco necesario para que un núcleo sea considerado familia? Según la Comunidad Europea, basta un solo cónyuge para que sea considerada una familia monoparental. Pero, ¿y si en lugar de un niño una tiene una cacatúa? ¿Entonces ya no es familia? ¿Y si una vive sola y ya nadie te puede decir, aunque sea desde una jaula, "soy tuyo, tuyo, tuyo"?

Lourdes Iglesias es escritora.

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