Tribuna:

Las películas de Canal + y los correctores polivalentes

EL PAÍS publica todos los días la programación de los dos canales de televisión pública (TVE-1 y La 2), del canal autonómico correspondiente a cada edición, de los canales privados Tele 5 y Antena 3 y del canal codificado Canal +. Igualmente reseña todos los días las principales películas que se emiten en las distintas emisoras televisivas. Pero sólo las de Canal + aparecen recuadradas y claramente diferenciadas. ¿Por qué?, pregunta una lectora, Teresa González, de Madrid. "¿Acaso porque la empresa propietaria de EL PAÍS es, a su vez, propietaria, en parte, de Canal +?".El director del diario,...

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EL PAÍS publica todos los días la programación de los dos canales de televisión pública (TVE-1 y La 2), del canal autonómico correspondiente a cada edición, de los canales privados Tele 5 y Antena 3 y del canal codificado Canal +. Igualmente reseña todos los días las principales películas que se emiten en las distintas emisoras televisivas. Pero sólo las de Canal + aparecen recuadradas y claramente diferenciadas. ¿Por qué?, pregunta una lectora, Teresa González, de Madrid. "¿Acaso porque la empresa propietaria de EL PAÍS es, a su vez, propietaria, en parte, de Canal +?".El director del diario, Jesús Ceberio, ofrece una explicación: "En una página dedicada a comentar el cine en televisión, creo que es totalmente legítimo destacar un canal que ofrece un estreno diario y una media de ocho o nueve películas más. En definitiva, una programación cuya oferta cinematográfica supera en ocasiones a la de todos los demás canales de televisión".

"Por lo demás", prosigue el director, "EL PAÍS nunca ha ocultado la participación de la empresa PRISA con un 25% en el Canal Plus, cumpliendo así las normas de transparencia a las que está obligado con sus lectores".

Satisfecha la curiosidad de Teresa González, la Defensora del Lector debe dedicar ahora su columna a algo que se ha convertido en una especie de maldición de los sucesivos periodistas que han ocupado este puesto: no hay día en el que no tengamos que calmar a tres o cuatro lectores indignados por la multitud de erratas que publica este diario.

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Digámoslo rápidamente y sin titubeos: ustedes, los lectores, tienen toda la razón. EL PAÍS publica un número muy alto de errores, bien sean puramente mecanográficos (por ejemplo, suprimir letras o alterar su orden en una palabra), bien sean sintácticos (frases que no tienen sentido) o incluso errores periodísticos (fechas incorrectas, nombres equivocados o datos geográficos inexactos).

Es muy difícil garantizar que un periódico no contiene erratas o errores: la velocidad con la que se escriben las informaciones o artículos es una fuente permanente de equivocaciones. Pero precisamente porque cualquier periódico del mundo sabe, desde hace varios siglos, que eso es así, la prensa más seria y de calidad ha ido estableciendo controles y mecanismos que ayuden a desterrar esos inevitables y chapuceros detalles. Quizás no se consiga evitarlos al ciento por ciento, pero por lo menos se procura.

En EL PAÍS, desgraciadamente, no parecen existir los mecanismos suficientes para procurar ese ciento por ciento de fiabilidad y corrección gramatical.

Vean, si no, este ramillete espigado en la semana del 2 al 19 de enero: comincárselo, precupa, muntuvieron, genenral, cambiente, vicejes, indíginas, Crocia, responer, desapación, en feceto, trababajo, trastono. Claro que peor son algunas frases enteras como éstas: "Un feto no puede dar su darlo en forma alguna", "cien mil vidas sesgadas".

Pocas fechas antes aseguramos que Búffalo es la capital del Estado de Nueva York (la auténtica es Albany), que Clinton fue gobernador de Alabama (lo fue de Arkansas), y que Buda vivió, según las páginas, en el siglo XI antes de Cristo o "entre el 5000 y el 2500 antes de Cristo" (según la Enciclopedia Salvat, Buda se sitúa, aproximadamente, entre el 566 y el 486 antes de Cristo).

Magdalena Richter, que escribe desde Ginebra (Suiza), cree que el número de errores no va en disminución, sino que, bien al contrario, ha aumentado en los últimos años.

¿Cuáles son los mecanismos que suelen usar los periódicos para evitar esas chapuzas cotidianas? El sistema Más clásico es un departamento de corrección por el que pasen todos los textos antes de imprimirse.

EL PAÍS posee, teóricamente, un departamento de corrección. El problema es que, en los dos últimos años, se decidió reestructurarlo (todo el departamento de p reimpresión, en el que están encuadrados los correctores, sufrió una reducción del 30% en su plantilla) y, además, hacerles "polivalentes".

¿Qué quiere decir polivalentes?, ha preguntado la Defensora del Lector a la gerencia. "Quiere decir que, además de corregir textos, hacen otras cosas".

La situación actual es la siguiente: si los redactores envían sus textos a corregir por la mañana, no hay problema. Los correctores los leen y corrigen o señalan datos que les parecen incorrectos. Pero si los redactores envían sus artículos a partir de las seis de la tarde (lo que es muy frecuente, sobre todo si se trata de informaciones de actualidad), los correctores están haciendo otras cosas (fundamentalmente, montar y filmar páginas) y no pueden dedicarles su atención.

Se les pidió, pues, a los jefes de área y a los redactores que extremaran personalmente el cuidado de los textos. Pero es evidente que esto no ha bastado y que es la imposibilidad de recurrir a los correctores a partir de las seis de la tarde lo que ha empeorado el contenido del diario. Le consta a la Defensora del Lector que el nuevo equipo de dirección conoce el problema y que está estudiando soluciones. Espero poder explicárselas algún día a ustedes.

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