Cartas al director

Conservatorio

Cuando mi abuelo tenía mi actual edad, 15 años, vio cómo la tragedia de una guerra interrumpía sus estudios y eso fue algo que, añadido a aquel horror, siempre lamentó.En este curso 93-94 (que ya sólo podremos llamar 94, o quizá ni eso) los 700 alumnos del Centro del Real Conservatorio de Música de Madrid, obligados a trasladarse al centro de la calle del Palmípedo, 3, aún no hemos pisado un aula ni tenemos modo de conocernos.

La burocracia funciona: los alumnos estamos matriculados(aunque no se nos ha dado ningún resguardo), los horarios establecidos y los profesores cobran sus sueldos...

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Cuando mi abuelo tenía mi actual edad, 15 años, vio cómo la tragedia de una guerra interrumpía sus estudios y eso fue algo que, añadido a aquel horror, siempre lamentó.En este curso 93-94 (que ya sólo podremos llamar 94, o quizá ni eso) los 700 alumnos del Centro del Real Conservatorio de Música de Madrid, obligados a trasladarse al centro de la calle del Palmípedo, 3, aún no hemos pisado un aula ni tenemos modo de conocernos.

La burocracia funciona: los alumnos estamos matriculados(aunque no se nos ha dado ningún resguardo), los horarios establecidos y los profesores cobran sus sueldos. Sólo falta un detalle: dar clase.

La excusa es que el centro se encuentra en obras, mientras el flamante edificio de Atocha, des tinado a grado superior y en el que hasta el pasado curso se impartían materias de grado medio y se podían utilizar sus cabinas, está con pocos alumnos y queda rá desierto en breve, ya que a los alumnos de últimos años de grado medio se nos está impidiendo adquirir los conocimientos suficientes para acceder al grado su perior.

En todo este desastre hay complicidades de muchos, empezando por el propio Conservatorio, pero existe una responsabilidad directa con nombre y apellidos: los de la persona que ocupa la Dirección General de Centros del MEC. Los alumnos de Palmípedo, así como los de Ceuta, la recordaremos como la tragedia que nos hizo romper el ritmo de nuestros estudios musicales, o perder la ilusión e incluso llevará a algunos al abandono. Y es que algunos pasan por los cargos públicos dejando en otros secuelas de guerra.

La verdad es que a los adultos que nos quieren educar en la no violencia se lo ponen muy difícil.-

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