Tribuna:

Fábula del oso que quería ser importante

Érase un oso de encargo al que le habían propuesto que fuera la sombra del Regidor. Se había preparado, allá, en el bosque, para soportar la ciudad, su ajetreo, el ruido, la gente, las comidas raras. Muchos sacrificios tuvo que hacer para asimilar la nueva situación que se le presentaba, y, a pesar de los ánimos que le daban, le asaltaban muchas dudas. Tenía miedo de fracasar en tan responsable e importante encargo de ser la sombra del Regidor, aunque no comprendía para qué quería el Regidor tener una sombra de oso.Llegó el día de la marcha. Unos hombres, que decían ser representantes de los t...

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Érase un oso de encargo al que le habían propuesto que fuera la sombra del Regidor. Se había preparado, allá, en el bosque, para soportar la ciudad, su ajetreo, el ruido, la gente, las comidas raras. Muchos sacrificios tuvo que hacer para asimilar la nueva situación que se le presentaba, y, a pesar de los ánimos que le daban, le asaltaban muchas dudas. Tenía miedo de fracasar en tan responsable e importante encargo de ser la sombra del Regidor, aunque no comprendía para qué quería el Regidor tener una sombra de oso.Llegó el día de la marcha. Unos hombres, que decían ser representantes de los trabajadores de la ciudad, vinieron a buscarlo al bosque. La despedida fue emocionante. Era el primer oso que iba a hacer carrera política y, por tanto, se trataba de un gran acontecimiento para la familia osera. Al cabo de la fiesta, hombres y oso emprendieron el camino monte abajo y después de tres jornadas llegaron a la ciudad. Durante el trayecto, el oso fue informado sobre lo que sería su trabajo: se trataba de seguir, allí donde fuera, al Regidor, con el fin de que éste tuviera en cuenta ciertos compromisos con los trabajadores.

El oso no acababa de entender qué pintaba él en este asunto, porque los osos no eran empleados del municipio ni tenían problemas con el Regidor. Más bien le estaban agradecidos porque los protegía y hasta les había ennoblecido colocando un oso en el escudo de la Villa, quizás por alguna hazaña de un antepasado. Pero al oso le pagaban por ello y además tenía la posibilidad de codearse con lo mejor del pueblo y eso era suficiente para aceptar el trabajo. Además, en la osera había poco porvenir.

Al principio, el oso fue muy bien recibido y hasta salió en los periódicos y en la tele. Sus parientes estarían orgullosos de él. Cumplía su papel con mucha atención, y, pese a que le resultaba difícil adaptarse a la ciudad, hacía el oso con mucha naturalidad y sus jefes estaban contentos con su trabajo. Sin embargo, el Regidor no le hacía mucho caso y eso le preocupaba. "¿Para qué sirve mi compañía si no la sabe apreciar?", se decía un tanto amargado. Cuando comentó con los hombres este asunto, le dijeron que no se preocupara, que el Regidor le dedicaría más atención cuando se familiarizara con su presencia. El oso daba por buena la explicación, aunque, en su fuero interno algo vanidoso, no aceptaba que el Regidor le ignorara, porque, entre otras cosas, era el único oso que acompañaba al Regidor y eso se tenía que notar.

Pasado cierto tiempo, el oso fue perdiendo interés por el trabajo. La gente ya no se extrañaba de su presencia; era uno más entre la fauna de los tipos raros de la ciudad. El Regidor seguía ignorándole. Le habían comentado que el Regidor veía muy lógico y natural que entre tanta gente alguien hiciera el oso... Herido en su amor propio, y tras comprobar que hasta le confundían con una persona disfrazada de oso, decidió demostrar que era un oso de verdad y no un pelele...

Eran las ocho de la tarde, vísperas de Navidad. La Plaza Mayor estaba abarrotada de público, sobre todo muchos niños que esperaban el mensaje de Pascua del Regidor. El oso merecía la atención de algunos pequeños ("algo es algo, se decía"), pero la mayoría no le hacía ni caso. ¡Y es que había mucha gente disfrazada de animales raros, del Jurásico decían ... ! Sentía en sus adentros el frío del menosprecio. Adiós carrera, adiós trabajo... Le asustaba volver de nuevo al bosque, fracasado. Aquellos hombres que le contrataron ya no le daban ánimos... Le habían dicho que de seguir las cosas así tendría que ir al paro. Era el final de la aventura. Como ya se ha dicho, aquella tarde decidió ir a por todas. Estaba en juego su orgullo profesional. Impulsado por un último gesto de rebeldía y sacando la casta de su riera estirpe, se encaramó en la tribuna donde estaba el Regidor y lanzó un tremendo y feroz gruñido de oso que, para su sorpresa, en vez de asustar fue respondido con un gran aplauso de la gente. Se disponía a repetir el gruñido -para intimidar, no para que le aplaudieran (sólo faltaba que le tomaran a risa)- cuando oyó otro gruñido más fuerte que el suyo, detrás de él, que le dejó helado. Al volver, alarmado, la cabeza se encontró con una imponente mole: era La Bestia que, junto con La Bella, habían sido invitados al Pregón de Navidad.

Y se hizo el milagro. El Regidor tuvo, por primera vez, un gesto cordial hacia el Oso. Le cogió del brazo y sonriéndole le invitó a cantar, a coro, un villancico. A Oso, visiblemente emocionado, no le importó perder el trabajo y que sus jefes le gritaran que era un esquirol. Por fin había logrado saber para qué estaba allí, ya que, a partir de ese momento, el Regidor le incorporó a su séquito, con el encargo de renovar el honor de aquel antepasado del escudo...

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Antonio González es periodista.

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