Tribuna:

Por la noche, Madrid huele a santidad

En el crepúsculo, Madrid se llena de santidad. Una legión de ciudadanos trota por plazoletas, parques, jardines y cualquier respiradero ganado a la especulación y al cemento. Se trata de una nueva forma de ascetismo que todavía no ha sido contemplada por los teólogos, pero que a buen seguro llenará los altares en los siglos venideros.A eso de la caída de la tarde, estudiantes, oficinistas, empleados de banca, amas de casa y cualquiera que albergue el mínimo sentimiento de culpa echa a andar con paso firme para expiar las miserias de la carne.

En medio de la oscuridad se les oye rebufar ...

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En el crepúsculo, Madrid se llena de santidad. Una legión de ciudadanos trota por plazoletas, parques, jardines y cualquier respiradero ganado a la especulación y al cemento. Se trata de una nueva forma de ascetismo que todavía no ha sido contemplada por los teólogos, pero que a buen seguro llenará los altares en los siglos venideros.A eso de la caída de la tarde, estudiantes, oficinistas, empleados de banca, amas de casa y cualquiera que albergue el mínimo sentimiento de culpa echa a andar con paso firme para expiar las miserias de la carne.

En medio de la oscuridad se les oye rebufar mientras sueltan calorías por los poros de la sudadera y en el aire se dibujan los pecados que redimen. En el futuro desbancarán de los altares a quienes en otro tiempo lucharon contra el infiel.

Hoy el enemigo a batir es más sibilino. Está dentro de uno mismo. El santoral de mañana estará plagado de seres que supieron resistir los placeres de la buena mesa, individuos que expulsaron, a golpe de sudor, michelines acrisolados de purísima mantequilla. Dentro de cien años los devotos elevarán sus plegarias a la advocación de cualquier estilista y las estampillas serán retratos en papel cuché de un tipo vestido de Armani.

En el arrebato místico que tiene lugar cada tarde también entran seres cuya única aspiración es alcanzar la inmortalidad. Con cara desencajada pasan infartados, gentes marcadas por la trombosis, personajes a los que el fluido sanguíneo se les puede quedar helado en cualquier momento. Caminan temblorosos, pero el caso es no pararse para no desaparecer.

Entre los aspirantes a la gloria queda aún un grupo de héroes cuya hazaña cobra tintes épicos: quienes suenan con la eterna juventud. Los hay que han convertido las zapatillas Adidas en el pasaporte para Sangri La. E imaginan que a cada vuelta de circuito el cielo les premiará con una arruga menos.

Corren envueltos en un silencio sepulcral que les aísla del barullo exterior. A su paso, unos desgraciados se inundan las venas de raticida en el asiento posterior de un coche, pero ellos continúan la marcha con mucho recogimiento mientras recitan una letanía que les ayude a olvidar el cansancio.

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La luz ordena la vida en estos espacios urbanos ganados a las constructoras y los automovilistas. Jubilados, escolares, buscavidas, etcétera, se turnan según un horario no escrito. Pero ni unos ni otros son capaces de impregnar el ambiente con el tono beatífico que despiden los corredores en el ocaso.

El camino de la salvación discurre ahora por calles y plazas en medio de un aire contaminado que acaba anidando en los pulmones. Un obstáculo más en la carrera por la salvación que seguro tiene tanto mérito como antaño bajar al coso de los leones.

A la hora del crepúsculo, Madrid es mucho más corte de los milagros de lo que fue nunca. De haber tenido la precaución de dejar más zonas verdes, el olor a santidad seguramente sería insoportable.

María José Cavadas es periodista.

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