Tribuna:

Esa plaza

Es una plaza liberal. Iniciada por un buen rey, el francés José Bonaparte. Desde allí, Napoleón Bonaparte soñó tener en sus manos aquella España que tanto deseaba. Envidió el palacio de Oriente, el antiguo alcázar, donde residía nuestro rey José, y le dijo: "Hermano mío, vas a vivir en mejor casa que yo". No pudo ser. Los saludables vientos de la plaza de Oriente deben de ser fatales para los sueños imperiales.Los discursos allí dados se los lleva el viento de la historia o los convierte en piedra berroqueña, roída por el tiempo, apenas recordados como letanía: Ataúlfo, Teodorico, Suintila, Wa...

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Es una plaza liberal. Iniciada por un buen rey, el francés José Bonaparte. Desde allí, Napoleón Bonaparte soñó tener en sus manos aquella España que tanto deseaba. Envidió el palacio de Oriente, el antiguo alcázar, donde residía nuestro rey José, y le dijo: "Hermano mío, vas a vivir en mejor casa que yo". No pudo ser. Los saludables vientos de la plaza de Oriente deben de ser fatales para los sueños imperiales.Los discursos allí dados se los lleva el viento de la historia o los convierte en piedra berroqueña, roída por el tiempo, apenas recordados como letanía: Ataúlfo, Teodorico, Suintila, Warriba, Eurico o doña Petronila. Esos y otros Ordoños, Alfonsos o Ramiros son el parque jurásico de nuestra historia. Ellos son los que con sorna petrificada bostezan cuando cada año, por estas fechas, vuelven a escuchar arengas de caudillajes olvidados. Discursos jurásicos, cabezas rapadas, banderas al viento, desfiles de oca y otras cruzadas que hacen joven al mismísimo Leovigildo. Las estatuas se callan, disimulan porque las huestes nostálgicas les producen miedo, no les entienden, son del pasado.

En el centro de la plaza, el rey que gozó, el monarca absoluto de la mala vida. El amigo de pintores y de putas. El rey de la farsa hechizada y del barroco. Una farsa distinta, también más moderna que la de estas viejas guardias. Felipe IV. Sus himnos tampoco estaban cara al sol, lo suyo eran las sombras.

Plaza liberal, pensada por el breve rey francés, el que apenas bebía. José Bonaparte, el racionalizador, quería ver la Puerta del Sol desde las ventanas de su alcázar. Tampoco a él le soportan los ocupadores de estos días de noviembre. Con él nunca hubieran existido. -

Plaza de las revueltas civiles, de frustradas tomas de palacio. Plaza de sublevaciones, de vicalvaradas, de románticos hechos de armas, de conjurados vistiendo levita y blandiendo la espada. Plaza republicana. Plaza de los que vivían frente a palacio. La plaza de José Bergamín. Una vez le pregunté cómo podía vivir en la misma plaza donde había vivido la mayoría de los reyes, siendo él tan republicano. Con una sonrisa de pájaro, mirando con soma al palacio desde su terraza, me dijo: "Porque así siempre los tendré enfrente, al otro lado, en la otra orilla".

Plaza de los escépticos. Plaza nuestra, de los que un 20-N de cuya fecha no logro acordarme nos acercamos para comprobar lo que tanto habíamos esperado. Sucedió. Buena plaza para escépticos, aunque sean curas. Ya lo decía el republicano de la plaza: "El escepticismo es provisional, aunque dure toda la vida".

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