"Sabe Dios a quién hemos votado"

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Con paciencia campesina, Rosa prepara cuidadosamente la ración para sus cerdos: restos de comida, harina, legumbres, tomates que no han llegado a madurar... Todo ello hervido en una gran olla que la mano firme de la anciana revuelve con un palo de madera. "La política es para los que aún pueden tirar del carro. Yo ya no estoy para eso", susurra. "¿Cuántos años tengo? Muchos... Y aún me queda por sufrir lo peor".Rosa fue a votar el pasado día 17, pero asegura que no sabe por quién. "Me dieron la papeleta. Me parece que llegó a casa por correo", responde como quien evoca un ritual tan absurdo como obligado.

"Yo no tengo ninguna preferencia política. ¿Para qué? Ya sabes a quién tienes que votar y a mí me da igual uno que otro. Todos van a hacer lo que les dé la gana". "A nosotros, la política no nos da de comer", asiente su vecina, otra anciana de carácter huraño que trata por todos los medios de espantar a los periodistas.

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En este rincón de Beariz, de mínimas casas de labranza, las cábalas sobre la sucesión de Fraga o las disputas en el PSOE gallego tras su desastre electoral, suenan tan lejanas como las luchas en Rusia. Ni Rosa, ni Digna, otra vecina de 78 años, aciertan a decir quién ganó los comicios.

Digna se ha quedado inválida y entretiene la mañana tomando el sol. "Yo voté porque me llevó en coche una mujer que vive aquí al lado", relata la anciana. "Me dieron una tarjeta, llegué allí, voté y me volví para casa". "¡Sabe Dios a quién habremos votado!", suspira. Digna sólo abandona su laconismo cuando se le pregunta por la gestión del alcalde: "Ha sido muy bueno para el pueblo. Nos ha traído la luz a las casas y ha puesto una clínica".

La sangría migratoria de los años cuarenta y cincuenta redujo casi a la mitad la población de Beariz. "Aquí sólo quedamos los viejos", es una frase recurrente entre la población. Por la calle, es difícil encontrar gente joven. La que aparece, reside la mayor parte del año fuera del pueblo y se escuda en ello para no hablar de política. "Vivo en México, sólo llevo aquí dos meses", se disculpa una joven de acento latinoamericano, a punto de encender su Mercedes.

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En este pueblo envejecido, el alcalde tiene 34 años y alcanzó el cargo cuando aún no había cumplido los 25. Según Manuel Prado, la mitad de los concejales del PP son también de su generación. El Ayuntamiento ha emprendido acciones para rehabilitar casas rurales y facilitar el regreso de algunos emigrantes.

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