Tribuna:

El perro

De entre los numerosos personajes pintorescos, extraños y extravagantes que he conocido en mi vida, el más extraño de todos, y el más ejemplificante -mi personaje inolvidable, que diría el Reader's Digest-, lo conocí en Madrid, en la plaza de la Villa de París, al poco tiempo de llegar aquí.. A él le debo, entre otras cosas, haber sobrevivido en Madrid sin complejos ni temores provincianos y sin más decepciones de las precisas.Mi personaje inolvidable solía pasear todos los días por la plaza de la Villa de París, ese trozo de jardín domesticado encallado como un barco en pleno centro de...

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De entre los numerosos personajes pintorescos, extraños y extravagantes que he conocido en mi vida, el más extraño de todos, y el más ejemplificante -mi personaje inolvidable, que diría el Reader's Digest-, lo conocí en Madrid, en la plaza de la Villa de París, al poco tiempo de llegar aquí.. A él le debo, entre otras cosas, haber sobrevivido en Madrid sin complejos ni temores provincianos y sin más decepciones de las precisas.Mi personaje inolvidable solía pasear todos los días por la plaza de la Villa de París, ese trozo de jardín domesticado encallado como un barco en pleno centro de la ciudad, entre el paseo de Recoletos y la glorieta de Alonso Martínez, en el que se congregan cada día jubilados, abogados, magistrados, vagabundos, viandantes sin rumbo fijo, asistentas del país y filipinas y todos los dueños de perros del barrio, que, como en todos los centros de las ciudades, suelen ser muchos. En mi calidad de tal conocí yo a mi personaje, hará ahora 12 años, paseando entre los setos de la plaza, yo a mi perra y él al suyo. Se llamaba Toby y era famoso en el parque por el amor que su dueño le demostraba y la pasión con que lo defendía.

En Madrid no había perro como el suyo. En poco tiempo supe, como todos en la plaza, las costumbres y anécdotas de Toby, sus grandes habilidades, sus aficiones, su cuadro de enfermedades y hasta su régimen de comidas. Y, como al contrario que aquéllos, nunca me preocupé de enterarme de cuál era, de entre todos lo que había correteando por la plaza, canino tan distinguido, durante muchos meses aguanté a diario la salmodia y los halagos de su dueño, e incluso sus consejos sobre cómo debía de cuidar la mía.

Cuando me enteré de que no tenía perro, de que Toby no existía, no supe si avergonzarme o quedarme simplemente sorprendido. En mi romanticismo llegué a pensar que quizá Toby había muerto y su dueño lo seguía paseando como esas mujeres locas que siguen acunando mucho tiempo a los hijos que han perdido. Pero otro dueño de perro, no sé si más escéptico o más harto ya de él, me sacó de mi sorpresa y de mis dudas. Ni romántico ni loco, me dijo; éste, lo que es, es muy listo. Tiene todas las satisfacciones que a nosotros nos dan los perros (la lealtad, el cariño, la compañía), pero, a cambio, no tiene que vacunarlo, ni que darle de comer, ni que preocuparse de si lo pierde o de si muerde a un niño. Y añadió: "Mire, joven. Madrid, como todas las cortes, está llena de gente que presume de perros que nunca ha tenido".

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