Tribuna:

Ex céntricos

El centro no existe. Al menos no está en su sitio. La periferia es el nuevo centro. En las periferias de Madrid es donde habitan los ciudadanos centrados. Allí tienen sus centros de diversión, allí sus colegios que abandonaron el casco antiguo, sus reproducciones híper. de los caducos tenderos del barrio, sus burger limpios como nunca lo estuvieron sus tabernas, sus iglesias sin pobres de escalinata. Allí disfrutan de sus interiores acolchados de felicidad adosada; allí sus microjardines, tranquilos como ningún Retiro lo fue nunca. Sus guardias privados, eficaces como para no año...

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El centro no existe. Al menos no está en su sitio. La periferia es el nuevo centro. En las periferias de Madrid es donde habitan los ciudadanos centrados. Allí tienen sus centros de diversión, allí sus colegios que abandonaron el casco antiguo, sus reproducciones híper. de los caducos tenderos del barrio, sus burger limpios como nunca lo estuvieron sus tabernas, sus iglesias sin pobres de escalinata. Allí disfrutan de sus interiores acolchados de felicidad adosada; allí sus microjardines, tranquilos como ningún Retiro lo fue nunca. Sus guardias privados, eficaces como para no añorar ningún sereno perdido en la memoria infantil; sus piscinas comunales que impiden nostalgia de fuentes históricas. Placenteros paseos entre sus calles uniformes, paralelas como la vida de los vecinos que las habitan.Madrileños centrados, felices como colonos de una nueva secta, huidos del infierno que vieron crecer en sus barrios de origen. Satisfechos, afirmados cada día en el acierto de haber burlado sus orígenes, cuando desde su cordón umbilical con la realidad y desde la nitidez de su antena parabólica miran por su balcón particular, por su televisión, el cruel espectáculo de la realidad que dejaron atrás: el centro de Madrid.

Salvados de vivir en ese Bronx, en esa Calcuta, en esa Babilonia tomada por marroquíes, senegaleses, sudacas, gitanos y unos cuantos pobres y excéntricos ciudadanos que sufren por no poderse conceder sus cómodas parcelas de felicidad a plazos.

Viajeros habitantes de nuestro extrarradio, obligados visitantes del viejo centro, antropólogos que nos miran a los excéntricos habitantes del centro de Madrid como si de una especie en extinción nos tratáramos. Quizá tengan razón. Los pocos que todavía nos resistirnos a ser exiliados de nosotros mismos somos unos ciudadanos sospechosos de habitar en una ciudad que ya no existe. Por no tener, no tenemos ni cronistas del centro. Los últimos se fueron con los columnistas incólumes y con los novelistas del realismo sucio al mismo centro del extrarradio sereno donde habitan los posmodemos.

En Madrid todo el mundo se centra, menos los excéntricos que habitamos su centro. Unos peligrosos contemporáneos que seguimos pensando que más vale navajazo en el centro que tranquilidad en el extrarradio. Madrileños excéntricos, empeñados en seguir conservando la "inmortalidad de lo efímero". Gesto tan inútil como conservar la ceniza del cigarro sin que se derrumbe.

Todo por no querer reconocernos como ex madrileños. Como ex céntricos.

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