CRISIS DE ESTADO EN RUSIA

Versos y canciones para combatir las horas de angustia

Una superviviente rememora cómo se vivio en el Parlamento el asalto de las fuerzas de YeItsin

Larisa E., funcionaria del Sóviet Supremo de Rusia, apareció en su domicilio ayer a las nueve de la mañana, tras una larga ausencia. Durante varias noches, había dormido en los despachos de la Casa Blanca, la sede del Parlamento, a veces sobre sillas agrupadas, a veces sobre un sofá. La última noche, sin embargo, la pasó en un edificio contiguo al Parlamento, donde se había refugiado al salir de la Casa Blanca tras encontrarse abandonada en pleno campo de batalla, a merced de los tiros que impedían a la policía recoger los cadáveres sobre la calzada.La funcionaria, que dice temer represalias, ...

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Larisa E., funcionaria del Sóviet Supremo de Rusia, apareció en su domicilio ayer a las nueve de la mañana, tras una larga ausencia. Durante varias noches, había dormido en los despachos de la Casa Blanca, la sede del Parlamento, a veces sobre sillas agrupadas, a veces sobre un sofá. La última noche, sin embargo, la pasó en un edificio contiguo al Parlamento, donde se había refugiado al salir de la Casa Blanca tras encontrarse abandonada en pleno campo de batalla, a merced de los tiros que impedían a la policía recoger los cadáveres sobre la calzada.La funcionaria, que dice temer represalias, no quiere dar su nombre. En el pasado, perteneció al equipo electoral del premio Nobel de la Paz, Andréi Sájarov, y fue una entusiasta partidaria de Borís Yeltsin. Hoy se encuentra muy lejos del líder ruso, al que acusa de incompetencia y tendencia dictatorial.

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El ataque a la Casa Blanca la sorprendió en el cuarto piso, una hora después de que se hubiera echado a dormir. Su primera reacción fue meterse en un armario. Como la mayoría del personal civil que había permanecido en el edificio, se refugió en la sala del Sóviet de las Nacionalidades (una de las dos Cámaras del Parlamento), que era interior y no tenía ventanas a la calle. Allí se concentraron diputados, funcionarios, simpatizantes, varios niños que habían acompañado a los adultos y los voluntarios más jóvenes, aquellos que tenían un "aspecto más pálido, asustado y enclenque", según Larisa. Mientras las detonaciones sacudían el edificio, Larisa y quienes estaban con ella trataron de alejar el fantasma del miedo con diversos trucos: leyeron versos y cantaron canciones -"soviéticas y de amor"-, pero no pronunciaron discursos. Uno de los modos de matar el tiempo fue leer la lista de los que habían sido diputados del Congreso, una retahíla de 1.031 nombres, de los cuales tan sólo unos 200, según Larisa, se encontraban en el refugio.

En varias ocasiones durante la mañana, se discutió la posibilidad de evacuar del edificio a las mujeres, niños y ancianos, pero la evacuación no se llevó a cabo hasta la tarde, después de que Víctor Baránikov, el "ministro del Interior" del Parlamento, les visitara. "Dijeron que nos iban a sacar en autobuses con cortinas, y nos hicieron salir". Bajaron hasta una de las salidas del semisótano del edificio, justo debajo de la escalera principal que da sobre el río. Los autobuses comenzaron a llenarse de gente y partieron, pero el desalojo del personal tuvo que ser interrumido cuando se recrudecieron los iroteos.

Finalmente, se convenció de que, si quería marcharse, tenía que hacerlo por su propio pie, y cruzó la calle, donde había apostadas dos filas de tanques, hasta el edificio vecino. Otros muchos hicieron lo mismo. "No entendía de dónde venían los tiros, ni quién los disparaba". Vio un arco y se precipitó por él en un patio vecino. Allí, dice, había una patrulla de la policía con cascos y chalecos antibalas que se enfrentaron verbalmente con el grupo recién huido.

Los policías estaban muy nerviosos. "Gritaban que sus compañeros estaban tirados en la calle. Y juraban como condenados. Me registraron una bolsa que no era mía, sino de un diputado que me había pedido que se la diera a su mujer", dice Larisa. Se había hecho de noche y ya no se atrevió a salir. Se metió en un portal, pero la asustó la idea de que, con el toque de queda, la policía registrara los portales inmediatos a a Casa Blanca en busca de francotiradores. Acabó pasando la noche en un apartamento de tres habitaciones.

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