Tribuna:

Paraíso

En el Estado norteamericano de Florida, y sobre todo en la zona de Orlando, con sus gigantescos parques de diversiones (Disneylandia, EPCOT, la Metro Goldwyn, la Universal), no hay ni una colilla en el suelo ni un pecado en el alma. Aquello es un limbo de bombillas y colores en donde el tiempo no corre, la muerte se ha borrado, los hijos aman a sus padres y viceversa, los rubios teñidos son naturales, no existen el mal aliento ni la, caspa, pobres y ricos se confunden embutidos en los mismos pantalones cortos, los perros hablan y los cónyuges se sonríen el uno al otro amablemente con las bocas...

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En el Estado norteamericano de Florida, y sobre todo en la zona de Orlando, con sus gigantescos parques de diversiones (Disneylandia, EPCOT, la Metro Goldwyn, la Universal), no hay ni una colilla en el suelo ni un pecado en el alma. Aquello es un limbo de bombillas y colores en donde el tiempo no corre, la muerte se ha borrado, los hijos aman a sus padres y viceversa, los rubios teñidos son naturales, no existen el mal aliento ni la, caspa, pobres y ricos se confunden embutidos en los mismos pantalones cortos, los perros hablan y los cónyuges se sonríen el uno al otro amablemente con las bocas llenas de hamburguesa. Como toda mentira piadosa, tiene su encanto.Quiero decir que es un paraíso de polaroid y anuncio publicitario, y la felicidad parece allí tan fácil de adquirir como una botella de cocacola. a se sabe que el llamado sueflo americano se rompió con la guerra del Vietnam y el asesinato del primer Kennedy. Pero en Orlando la humanidad duerme aún una siesta beatífica: es el Edén de la sociedad neoliberal y de consumo.

Por eso resulta tan revelador y tan didáctico que la criminalidad irredenta haya llegado incluso hasta allí. Salen los miserables de sus catacumbas y se atreven a asesinar a los turistas, en una demostración brutal y palpable de la obcecación de la realidad, de que la halitosis y la desesperación existen. La tirártica sociedad socialista era, desde luego, terrible, pero nuestro lado del mundo tampoco es una flesta. Hay algo definitivamente descoyuntado en nuestro sistema, algo que no funciona y que empeora, que se crispa de desigualdades y de violencia. Habría que abandonar la autocomplacencia que nos ciega y corregir este sistema autófago, la inútil opulencia, el despilfarro idiota. Y hay que hacerlo deprisa: bajo los neones la negrura engorda.

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