Tribuna:

Buena señal

Durante los últimos años, a medida que se ha ido poniendo de manifiesto el elevado grado de integración internacional de las principales economías industrializadas, también lo. ha hecho la incapacidad de los mecanismos e instancias de coordinación económica internacional para hacer frente a las exigencias que esa mayor interdependencia demanda. Ninguna de las instituciones o foros económicos supranacionales cumple en la actualidad las misiones, en no pocos casos obsoletas, para las que fueron creados, pero tampoco se muestran capaces de responder a las nuevas exigencias que demanda esa nueva c...

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Durante los últimos años, a medida que se ha ido poniendo de manifiesto el elevado grado de integración internacional de las principales economías industrializadas, también lo. ha hecho la incapacidad de los mecanismos e instancias de coordinación económica internacional para hacer frente a las exigencias que esa mayor interdependencia demanda. Ninguna de las instituciones o foros económicos supranacionales cumple en la actualidad las misiones, en no pocos casos obsoletas, para las que fueron creados, pero tampoco se muestran capaces de responder a las nuevas exigencias que demanda esa nueva configuración de las relaciones económicas internacionales y, mucho menos, a los problemas concretos que actualmente exhiben las principales economías. Es el caso del Grupo de los Siete (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia, Canadá y el Reino Unido), cuyos máximos mandatarios celebran estos días su habitual reunión en Tokio.Menos difícil que identificar la auténtica naturaleza de ese cónclave, el ámbito funcional de su cometido, su verdadera capacidad de decisión o el grado de vinculación que para sus países miembros suponen las deliberaciones y decisiones adoptadas en su seno, es constatar el escepticismo con que la comunidad económica internacional contempla desde hace algunos años sus convocatorias. En ocasiones es la verificación de esa incapacidad para garantizar la mínima coordinación entre los países, convencionalmente considerados los más ricos del planeta, lo que se constituye en la información más relevante, de consecuencias lógicamente adversas sobre el comportamiento de los mercados financieros y la formación de expectativas de los agentes económicos. Aunque han sido los asuntos monetarios y la estabilidad de los mercados financieros, y en particular de los mercados de divisas, donde tradicionalmente el G-7 ha centrado su mayor atención, la dispersión temática de las agendas de las últimas reuniones, tanto al nivel de los ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales, como al de jefes de Estado y de Gobierno, es por sí sola suficientemente ilustrativa de esa crisis de identidad con que hoy se presenta ese grupo. Entre los tópicos recurrentes desde hace años destacan en esta ocasión la búsqueda de vías de estímulo al crecimiento y al empleo, la sempiterna coordinación monetaria, la instrumentalización de la ayuda a Rusia y la normalización de las relaciones comerciales. Es en este último punto, sin duda el más conflictivo, donde razonablemente se habrán de centrar los principales esfuerzos.

Del encuentro anterior a la cumbre, celebrado ayer por los representantes en la Ronda Uruguay de Estados Unidos, Japón, la CE y Canadá, parece deducirse un significativo avance en las discusiones sobre reducción de tarifas en el sector manufacturero y, en todo caso, un nuevo talante de clara disposición a la conclusión de un acuerdo amplio en los principales contenciosos que esa ronda de negociaciones tiene planteados. Si así fuera se habría conseguido neutralizar una de las más serias amenazas que se ciernen sobre el proceso de multilateralización de los intercambios abierto en 1947 y, en definitiva, sobre el bienestar de la población mundial. La exorcización de ese espectro proteccionista constituiría el logro más importante en esos 19 años desde que Giscard d'Estaing convocara en Rambouillet el primer encuentro de ese club de los más ricos identificado como G-7.

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