Tribuna:

La unidad socialista

La sociedad atribuye un valor positivo a la unidad en el seno de los partidos y cuestiona las facciones.Dentro del PSOE existen opiniones diferentes en asuntos de diversa importancia, porque no estamos en un cuartel ni queremos estar uniformados. Algunos piensan que liarse la manta a la cabeza es la forma de arropar y mantener la unidad. Negar las legítimas y saludables diferencias sería su consigna.

Quien pretenda discernir juzgando sólo por las apariencias probablemente se hará falsas ideas sobre la situación interna, porque cada día son más quienes creen que el partido tiene un valor...

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La sociedad atribuye un valor positivo a la unidad en el seno de los partidos y cuestiona las facciones.Dentro del PSOE existen opiniones diferentes en asuntos de diversa importancia, porque no estamos en un cuartel ni queremos estar uniformados. Algunos piensan que liarse la manta a la cabeza es la forma de arropar y mantener la unidad. Negar las legítimas y saludables diferencias sería su consigna.

Quien pretenda discernir juzgando sólo por las apariencias probablemente se hará falsas ideas sobre la situación interna, porque cada día son más quienes creen que el partido tiene un valor instrumental y que su finalidad no es arreglar los problemas de sus dirigentes, ni siquiera de sus afiliados, sino ser útil a los ciudadanos españoles. Por ello, nuestra unidad es algo que interesa en el exterior de nuestra organización y no puede quedar reducida a los meros análisis de corrientes o de obediencias internas.

La clave es ésta: el terreno sobre el que se construye la unión de un partido, las formas que en su seno toma y los dirigentes que la traban varían. No hay modelo de unidad inmutable que defender.

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El PSOE sabe de esto por su propia experiencia. En Suresnes no importó demasiado -excepto en el terreno afectivo- que los que se calificaron de históricos se segregaran. El PSOE supo, a partir de ahí, ir sumando y uniendo; y así, llegadas las primeras elecciones, pudo presentarse como un partido apoyado, que no atado, por su historia, ni siquiera por su historia más inmediata. La unidad hecha en la oposición al adversario había dado su fruto.

No se puede negar con crédito que el PSOE en la pasada década ha permanecido unido, superando crisis significativas sin necesidad de guardar cama.

Lo que destaca en el modo de la unidad socialista en este tiempo es que el PSOE actúa esencialmente como instrumento de apoyo a la acción del Gobierno.

La década de los ochenta ha contemplado la crisis de relación entre sindicatos llamados de clase y partidos socialdemócratas. De hecho, en la década se ha producido un alejamiento en el modelo centenario de relación PSOE-UGT. No es extraño, por tanto, que el PSOE contemplara su unidad interna desde la perspectiva de considerarse la única organización en la que apoyar la acción de gobierno. Además, desde 1982 hemos asistido también al fenómeno de la disgregación de los fundamentos teóricos de la izquierda tradicional. Las urgencias políticas en apoyo de la acción del Gobierno abocaron a algunos a la depauperada conclusión de que el socialismo es lo que hacen los socialistas, y en tomo a esta indigencia intelectual no se podía establecer la unidad, sino, en todo caso, una disciplina que nos debilita.

En suma, la unidad del PSOE durante los años ochenta se ha construido esencialmente sobre la base de ser el instrumento de apoyo a la acción del Gobierno. Pero ha habido cambios.

La tarea nueva del PSOE no es colocar gestores en el Gobierno, sino facilitar la incorporación a la vida política de gente nueva, con nuevos impulsos y con talantes impregnados de normalidad y austeridad.

Si la regeneración avanza -y en ello no debe haber duda-, la unidad también cambiará; se asentará en una solidaridad más amplia y de doble dirección: no sólo del partido hacia el Gobierno, sino también del partido hacia sí mismo.

La democracia está consolidada, pero, al mismo tiempo, participa -aunque en escasa cuantía- de ciertos síntomas de esclerosis muy propios de las democracias occidentales. Avanzar en la democracia no es sólo gobernarla, y menos aún si se hace desde vanidosos distanciamientos o desde la soberbia.

Gobernar desde la cercanía es una de las claves de la vitalización política de nuestra democracia. Y para acertar es preciso un partido que no se limite a explicar lo que hace el Gobierno, sino que le dé el apoyo más leal, es decir, que le transmita lo que se dice en la calle. Para eso hay que estar más en la calle y menos en los despachos.

Es preciso que se abandonen las posiciones de arrogancia que no consienten rectificar errores porque nunca los han reconocido y porque se aferran a la cómoda actitud de que lo prudente es siempre el silencio. No se percatan de que callar es a veces más peligroso y más imprudente que equivocarse honestamente.

La experiencia, ya histórica, de 11 años de gobierno socialista revela que ni cien años de honradez evitan un hecho: la mala hierba crece en cualquier sitio. Hay que arrancarla sin llevarse la cosecha por delante. En ese sentido, la corrupción es un fenómeno individual, no orgánico, que no puede recibir solidaridad interna bajo el pretexto de la unidad.

El PSOE ha mostrado con orgullo el peso de su fuerza electoral (¡más de nueve millones de votos!) y la categoría humana de su líder. Ahora tenemos la soberbia oportunidad de ser humildes y recordar que antes de ser un partido, el socialismo fue un ideal emancipatorio. Y, desde luego, la fuerza política del socialismo o se favorece con nuevos impulsos o se agota.

En suma, vivimos una transición en el modelo de unidad del PSOE. Partirnos de un cierto retraso en transitar al nuevo modelo. Porque quizá se han apurado al máximo las virtudes del anterior hasta convertirlas en vicios, y así pude decir en el 32º Congreso que "muy pocos tenemos mucho poder". Pero soy optimista porque confío en que Felipe González, que ha "comprendido el mensaje" de los españoles en los comicios del pasado día 6, ejerza su autoridad moral para hacerlo llegar a todos los militantes.

El socialismo es un árbol centenario y necesita una cuidadosa labor de riego y poda que le permita seguir dando frutos para la amplia base social que lo sustenta en España. ¿Quién puede desear que un mal rayo lo parta? Desde nuestras filas, nadie.

José Bono Martínez es presidente de Castilla-La Mancha.

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