Tribuna:

Cabo de Tormentas

"No hay problema en el mundo que no pueda ser resuelto con un cuento", dice un curandero de la tribu de los Xhosas al afligido narrador de Cape of Siorms (*), un gigantón khoiks llamado T'kama, al que un peine desmesurado, además de otras varias incompatibilidades, impide una relación normal con su mujer europea. La receta, en este caso, no funciona, pues la historia que el curandero refiere al enamorado superhombre ilustra, más bien, una convicción racista y apocalíptica: que quienes rompen, por amor, las barreras étnicas, se, condenan a la infelicidad y atraen catástrofes sobre sus pu...

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"No hay problema en el mundo que no pueda ser resuelto con un cuento", dice un curandero de la tribu de los Xhosas al afligido narrador de Cape of Siorms (*), un gigantón khoiks llamado T'kama, al que un peine desmesurado, además de otras varias incompatibilidades, impide una relación normal con su mujer europea. La receta, en este caso, no funciona, pues la historia que el curandero refiere al enamorado superhombre ilustra, más bien, una convicción racista y apocalíptica: que quienes rompen, por amor, las barreras étnicas, se, condenan a la infelicidad y atraen catástrofes sobre sus pueblos.Éste es un riesgo que, en lo personal y en lo literario, el escritor surafricano André Brink nunca ha temido desafiar, pues, desde sus primeros escritos entró en pugna con el gobierno de su país, por luchar contra un sistema que mantenía separados a los hombres por el color de su piel, y cuyas calamidades y absurdos ha descrito, en novelas como An Instant in the Wind y en A Chain of Voices y muchos ensayos, con una lucidez fría, no reñida con el melodrama y los audaces vuelos de la imaginación.

Algo de esta independencia moral -y también una cierta vocación de aguafiestas- se advierte en la elegante parábola con la que, en Cape of Storms, evoca el primer encuentro, hace cinco siglos, de europeos y africanos, a raíz del paso por el cabo de Buena Esperanza de los veleros del navegante portugués Vasco de Gama. El relator de la historia -fábula, más bien- es tina reencarnación del gigante Adamastor -'salvaje' o 'indómito'-, citado por Rabelais y enriquecido por Camoens en Las Luisiadas, que aquí reaparece convertido en el joven jefe (te la tribu de los Khoiks (a quienes los portugueses rebautizarían con el insultante apelativo de hotentotes), un gigante' sentimental flechado por Eros al divisar a la primera mujer blanca que pisa las arenas de ese rincón africano. Ciego de amor, se la roba, se casa con ella y pasa el resto de su vida tratando infructuosamente de conocerla, en el sentido bíblico de la palabra y en los otros.

No es la primera vez que una ficción literaria trata de reconstruir, desde la perspectiva de los nativos, el trauma histórico y cultural que significó para los aborígenes de Africa (o América, Asia y Oceanía) la llegada de los Hombres Barbados de Europa. El resultado de este artificio ha sido, casi siempre, una catástrofe. Es decir, unos textos inconvincentes, de fantasía y prosa estranguladas por la mala conciencia y los buenos sentimientos. Pero André Brink ha conseguido sortear la difícil apuesta con felicidad, gracias al humor: Cabo de Tormentas es un relato tan divertido que se lee sin advertir casi que, además, es también una alegoría muy polémica sobre la relación entre razas y culturas distintas.

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Si la historia del enamorado T'kama y la mujer blanca a la que él llama con el genérico femenino "Khois" tiene un valor simbólico, la relación entre seres humanos de pieles, lenguas y costumbres diferentes es imposible, pues, aun con la mejor disposición de parte y de otra, los condicionamientos culturales inevitablemente la frustrarán. En la noche de bodas, siguiendo los usos de su tribu, el novio se embadurna de grasa y arrebosa su cuerpo con plumas y flores y, concesión graciosa -cree él- a la gente de Khois, enfunda su cabeza en un gorro portugués que ha conquistado en la batalla. ¿Cuál es la reacción de la novia al divisar a su flamante marido en semejante facha.? Unas carcajadas convulsivas, desarmantes, interminables, que convierten la noche de bodas en una payasada circense.

Malentendidos como éste, aunque no siempre tan risueños, jalonan toda esta imposible historia de amor. Muchas lunas después de aquella primera, la mujer forastera parece por fin dispuesta a romper su aislamiento y hace un esfuerzo para integrarse a la tribu y actuar como la verdadera esposa de T'kama. Pero, por ignorancia, mata y cocina un animal intocable, la liebre, que para aquella comunidad representa -y provoca- la muerte. Su gesto espanta a todos y el brujo Khamab debe poner en acción toda su magia para conjurar un fortunio colectivo. Este fracaso sume a la mujer en la desesperación total y su lamento de europea transplantada, en el contexto de lo que ocurre cuatro siglos después en África del Sur, tiene unas connotaciones premonitorias bastante siniestras: "Nada puedo hacer bien. No entiendo nada de ti ni de tu pueblo ni de esta maldita tierra. No tengo donde ir. Mi propio pueblo hace tiempo que me abandonó. Todo se ha vuelto imposible" ("l can't do anything right. I understand nothing about you or your people or this godammed country. There's nowhere I can go. My own people abandoned me long ago. Everything is impossible.")

Pero, en vez de atenuarlo, estos desencuentros y la incomunicación misma que los separa, mantienen vivo y llameando el embeleso del gigante indígena por la mujer blanca. ¿Por qué se ha prendado de ella con este amor-pasión desmesurado? Él asegura que porque ella es bellísima y, sin duda, es cierto. Pero, de su propia confesión se desprende que no menos atrayente le resulta el exotismo de la hembra que raptó, esa inabarcable distancia en que la colocan su lengua incomprensible y su ineptitud para entender la naturaleza y la vida a la manera de los khoiks.

El obstáculo mayor para el funcionamiento de la pareja es la envergadura monstruosa del sexo de T'kama, algo que es a la vez el orgullo y la desgracia del narrador. ¿Ya era así, antes de la llegada de esa mujer a las plajyas del Cabo de las Tormentas o hay una relación de causa a efecto entre su circunstancia de hombre-unicornio y la presencia de esa silueta pálida ante la cual su furia viril se crece como un toro de casta frente al trapo rojo? Parecería esto último, más bien. Demás está decir que esta desproporción, a la que se deben algunas de las escenas más jocosas de la' historia, motiva también la más trágica, cuando, impelido por el deseo de hacer el amor con su mujer, T'kama se somete a una mutilación mágica que trueca su poderoso garrote natural por una modesta y funcional prótesis de arcilla.

El simbolismo de este episodio no puede ser más lúgubre: el precio del entendimiento entre seres de ancestros y culturas distintos -parece decir- sería renunciar a sí mismo, reemplazar la identidad propia por una postiza, porque toda relación inter-racial o inter-cultural es un ejercicio de dominio y de poder, en la que, siempre, alguien gana y alguien pierde. ¿Es esto cierto? Se trata, sin duda, de una tesis antiquísima, a la que los padres del nacionalismo cultural, como Herder y Fichte en Alemania, dieron respetabilidad, y a la que los multiculturalistas contemporáneos han resucitado, en nombre del derecho a la supervivencia de las culturas pequeñas y primitivas 'amenazadas' por la modernidad. Sin embargo, si para preservar la identidad cultural de los débiles hay que reducir al mínimo o eliminar del todo sus intercambios con quienes proceden de culturas más poderosas y avanzadas, cuyo contacto se considera destructor, ¿cómo cambiaría nunca ese statu quo del mundo que nos parece discriminatorio e injusto? El rechazo de la integración y el mestizaje, en nombre de la 'identidad' de los pueblos explotados y marginados, que predican en nuestros días algunos sistemas de pensamiento considerados progresistas, acerca a éstos peligrosamente a quienes, desde las antípodas reaccionarias, proponían no hace mucho en la Alemania nazi o en la África del Sur del 'apartheid', el desarrollo separado de las culturas y las razas.

Naturalmente que éste no es el caso de un escritor que ha dado tantas valerosas pruebas de convicciones democráticas come André Brink, y, acaso, sea excesivo hacer demasiadas extrapolaciones teóricas de un texto come Cape of Storms, que no es un ensayo antropológico, sino una regocijante y amena ficción. Pero, como diría Sartre, "las palabras son actos", y en el contexto surafricano, en este delicado momento de transición que allí se vive, nada de lo que se escribe sobre raza y cultura puede ser irrelevante a la problemática actual. La bella recreación mitológica que André Brink ha escrito deja en el lector, pese a lo mucho que lo divierte su lectura, una angustiosa preocupación sobre lo que ella parecería augurar respecto de una sociedad donde, por fin, luego de un sangriento pasado de injusticias y racismo institucionalizado, razas y culturas distintas se preparan a coexistir en condiciones de igualdad.

La de T'kama y Khois es una historia trashumante, que se desenvuelve al compás del perpetuo peregrinar de la tribu por una geografía elemental y misteriosa, bellamente incorporada al relato por el narrador, en pinceladas sutiles y poéticas, como un ámbito inseparable de los ritos, creencias, miedos y sueños de los khoiks. Uno de los mejores éxitos del libro, además del humor, es lo funcional de este paisaje, impregnado de tabúes y sorpresas, en el que se proyecta naturalmente la noción de lo sagrado y lo trascendente de quienes viven identificados con él como los pájaros y los ríos y a quienes esa naturaleza, además de alimentar, impone un ritmo de vida, una noción del tiempo y un sistema de prohibiciones y actividades que establecen entre ambos una complementariedad, un denominador común, que, para el lector de la civilización industrial, tiene mucho de "realismo mágico" y en el que despiertan la nostalgia irresistible de los paraísos perdidos.

André Brink: Cape of Storms. Simon and Schuster. New York, 1993. Copyright Mario Vargas Llosa, 1993. Copyright Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas, reservados a Diario EL PAÍS, SA, 1993.

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