Tribuna:

Un programa y un opositor

Felipe González fue anoche víctima de su propia confianza: querer responder de una gestión compleja y contradictoria en una coyuntura negativa; ser examinado con rigor y dureza por un opositor entrenado que no tenía nada que perder y todo que exigir; tener que defender un proyecto de futuro que se somete al contraste del programa realizado mientras su rival presenta las promesas incomprobables de los aspirantes bienintencionados. Ésos eran los riesgos conocidos por el candidato socialista, que, sin embargo, buscó con ahínco el encuentro con un rival al que subestima. Y todos los riesgos se mat...

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Felipe González fue anoche víctima de su propia confianza: querer responder de una gestión compleja y contradictoria en una coyuntura negativa; ser examinado con rigor y dureza por un opositor entrenado que no tenía nada que perder y todo que exigir; tener que defender un proyecto de futuro que se somete al contraste del programa realizado mientras su rival presenta las promesas incomprobables de los aspirantes bienintencionados. Ésos eran los riesgos conocidos por el candidato socialista, que, sin embargo, buscó con ahínco el encuentro con un rival al que subestima. Y todos los riesgos se materializaron en un José María Aznar contundente, claro e incisivo, que se adaptó con más soltura al formato de un debate televisivo demasiado mecánico, que encorsetaba las intervenciones y prohibía las réplicas.El candidato conservador desplegó desde el primer minuto todo el arsenal dialéctico de la campaña, añadiendo a los ejes generales de sus ataques -paro, despilfarro y corrupción- una acusación más personalizada: la falta de credibilidad del candidato socialista. Aznar buscó sin miedo el enfrentamiento y bordeó el insulto al describir a González como un actor que falta sistemáticamente a la verdad, mientras su rival rehuía el choque personal; insistió machaconamente en los ejemplos más gráficos de los desajustes socialistas y dio a la devaluación de la peseta el carácter de símbolo de la quiebra de confianza en la que, según él, ha naufragado el proyecto socialista.

Sus recursos dialécticos, más afilados que en otras ocasiones, no fueron, sin embargo, suficientes para que los espectadores pudieran conocer el programa de su partido, los proyectos que preparan para afrontar la crisis que tan bien describen, las recetas para atajar la bancarrota que prevén. Aznar, que se lució en las formas, en el tono -abusando a veces del ceño fruncido de ciudadano indignado-, sigue manteniendo el misterio, ese vacío azul que da fondo a sus carteles y que con la consigna Ahora parece anunciar más la oportunidad que la alternativa.

Felipe González fue a más durante un debate que comenzó desganado, con un aire de superioridad, de confianza, que no se correspondía con el desafío que había asumido al aceptar discutir toda la gestión de su Gobierno en un formato de debate muy alejado a las artes parlamentarias que él domina. El candidato socialista, que no pronunció ni una sola vez la palabra socialismo en los 125 minutos que duró el programa, parecía desentenderse de un rival que le acosaba para buscar la comprensión, la complicidad, de su electorado. La sorpresa que llevaba al debate -el compromiso de que el juez Baltasar Garzón dirigirá una investigación parlamentaria sobre la financiación de los partidos políticos en la próxima legislatura- fucionó sólo parcialmente. Más por el empeño irracional de Aznar de que sólo se investigue a los socialistas que por la determinación que trasluce la propuesta.

En la segunda parte del debate, más centrada en la exposición de los programas, menos enredada en la disputa de cifras macroeconómicas, el candidato socialista apretó a su rival en cuestiones de política exterior y marcó sus mejores momentos cuando obligó a Aznar a definir su política, sus propuestas concretas.

Sin embargo, y pese al empate que reflejan las encuestas en las intenciones de voto de ambos partidos, era mucha la diferencia con que ambos candidatos comparecían en este cara a cara, mucha la ventaja presumida en favor de González para que se pueda sentir satisfecho de su combate dialéctico con Aznar. El candidato conservador supo llevar la iniciativa durante muchos momentos del programa, poner constantemente a la defensiva al candidato socialista y hacerle sentirse visiblemente incómodo. Por todo ello, si alguien se aprovechó de esta oportunidad extraordinaria de propaganda que son los debates electorales fue, sin duda, el candidato del Partido Popular, que comparecía como víctima propiciatoria. Y si hubiera que buscar un vencedor claro del debate, éste fue Antena 3 Televisión, que apadrinó tan excelente montaje.

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