Tribuna:

La bondad del diálogo social

Desde hace algún tiempo, la idea de la bondad del diálogo social y de la conveniencia de los acuerdos fruto del mismo, goza entre nosotros de generalizada aceptación. Y la coyuntura electoral ha provocado un aumento de apelaciones al diálogo y a los acuerdos. Para algunos, incluso, algún tipo de acuerdo social resulta necesario para afrontar con garantías las exigencias de recuperación económica. Sin embargo, no faltan voces críticas que consideran que lo que exige la hora económica presente es decisión y rigor por parte de los poderes públicos, y no pactos ni componendas que lo que hacen es i...

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Desde hace algún tiempo, la idea de la bondad del diálogo social y de la conveniencia de los acuerdos fruto del mismo, goza entre nosotros de generalizada aceptación. Y la coyuntura electoral ha provocado un aumento de apelaciones al diálogo y a los acuerdos. Para algunos, incluso, algún tipo de acuerdo social resulta necesario para afrontar con garantías las exigencias de recuperación económica. Sin embargo, no faltan voces críticas que consideran que lo que exige la hora económica presente es decisión y rigor por parte de los poderes públicos, y no pactos ni componendas que lo que hacen es impedir o retrasar la aplicación de las medidas correctoras necesarias.En mi opinión, los acuerdos entre los interlocutores sociales y los Doderes públicos, en virtud de los cuales los primeros participan en la formación de las decisiones más relevantes en materia de política económica y a cambio de ello se comprometen a un gobierno de las relaciones laborales coherente con dicha política, tienen consecuencias positivas y constituyen, hoy por hoy, el mejor sistema de gestión de las relaciones sociales. No se trata de ignorar la realidad conflictiva de la sociedad: el conflicto sigue siendo el principio ordenador de las sociedades libres y el motor de su desarrollo, pero el desafío, hoy, desde el punto de vista económico, está en articular mecanismos de cooperación que garanticen la aceptación colectiva de las medidas económicas (y de los sacrificios que comportan), y desde el punto de vista de las relaciones laborales, en incrementar la importancia de la participación, considerándola como parte fundamental de la actividad sindical y abandonando la concepción del conflicto como única guía de las relaciones industriales.

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Ahora bien, algunas reflexiones se hacen imprescindibles: no debe pretenderse que el diálogo social se limite al terreno de la reforma del mercado de trabajo; ello llevaría, casi inevitablemente, a centrar la discusión en el desmantelamiento parcial del precedente sistema protector. Por el contrario, hay que incluir en ese diálogo las decisiones más relevantes en materia de política económica. Por ello hay que superar los temores conservadores a generar una dinámica en la que se puede consolidar un poder sindical excesivo y las tentaciones que amenazan la propia base del diálogo: por parte de las organizaciones empresariales, la de evitar este terreno de negociación, en la confianza de que las fuerzas económicas conservan siempre sus canales de influencia y de presión sobre el poder político; y por parte de las organizaciones sindicales, la de exigir al Gobierno que, antes de negociar, acomode su política económica a las propias exigencias. Por último, el desarrollo del diálogo es incompatible cori la continua deslegitimación del contrario y, en contra de lo que a veces se piensa, no resulta favorecido por un Gobierno débil. Pero ésta es una reflexión que quizá convenga aplazar por el momento.

es presidente del Consejo Económico y Social.

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