El tabú sobre la nacionalidad alemana comienza a quebrarse

El tabú sobre la nacionalidad alemana, regulada todavía por una ley de 1913, ha empezado a romperse. Ya son muchas las voces que piden una revisión del peculiar sistema de connotaciones racistas que rige aún los derechos de los ciudadanos cuya sangre no es alemana.

La falta de un concepto republicano de ciudadano, como se encargó de decir el dirigente socialdemócrata Oskar Lafontaine, provoca que millones de personas nacidas en Alemania -incluso de tercera generación- sigan siendo considerados legalmente extranjeras en su propio país.

"En el resto de los países, la ...

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El tabú sobre la nacionalidad alemana, regulada todavía por una ley de 1913, ha empezado a romperse. Ya son muchas las voces que piden una revisión del peculiar sistema de connotaciones racistas que rige aún los derechos de los ciudadanos cuya sangre no es alemana.

La falta de un concepto republicano de ciudadano, como se encargó de decir el dirigente socialdemócrata Oskar Lafontaine, provoca que millones de personas nacidas en Alemania -incluso de tercera generación- sigan siendo considerados legalmente extranjeras en su propio país.

"En el resto de los países, la presencia de un asilado político se considera como algo temporal. Se trata de alguien que ha tenido que huir de su país por defender las libertades y que volverá a su patria en cuanto se haya restablecido una situación de respeto a los derechos humanos", explica un experto de la Fundación Ebert. "En Alemania, no", añade, "el sistema de acogida de los Asylanten [refugiados] está diseñado para integrarlos en la sociedad". Pero esta integración no llega hasta el punto de destino que sería el normal en el resto de los países de Europa occidental, que sería su transformación en ciudadanos.

Verdad a medias

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Cuando se dice, estadísticas en mano, que Alemania es el país de la Comunidad Europea que mayor número de extranjeros alberga, se dice sólo una media verdad. Cierto, hay casi seis millones, la cifra más abultada de la CE, pero una gran proporción de entre ellos no serían extranjeros en ninguno de los otros países comunitarios. Como decía un diplomático, "de esos extranjeros, Francia tiene 12 millones, pero son ciudadanos franceses". Pero estos casi seis millones de extranjeros están condenados -ellos y sus descendientes y los descendientes de sus descendientes- a seguir siendo extranjeros a menos que, en medio de todo este proceso, alguno, hembra o varón, se case con un germano. Aunque desde la última reforma ni siquiera quien se casa con un alemán o alemana, tras 10 años de residencia, tiene la nacionalidad asegurada.

El concepto del ius sanguinis, además, tiene otros inconvenientes. Existen minorías alemanas en 15 países europeos: Francia, Polonia, Suiza, Austria, Luxemburgo, Hungría, Rumania, Dinamarca, Liechtenstein, Ucrania, Rusia, Estonia, Letonia y Lituania, la República Checa y Eslovaquia. Todos sus miembros tienen derecho a la ciudadanía de la República Federal de Alemania. La procedencia de esta extraña situación proviene del propio concepto del Volk, el pueblo alemán, y de su consecuencia jurídica de la aplicación del ius sanguinis en lugar del ius solis. Durante la guerra fría fue un buen sistema propagandístico. Bonn llegó a comprar alemanes de Rumania a Ceausescu. Pero entonces llegaban con cuentagotas y ahora lo hacen en oleadas. El año pasado, 250.000.

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