Tribuna:ELECCIONES 6 DE JUNIOCUADERNO DE CAMPAÑA

Camisa a rayas

No estoy seguro si fue Aznar el primero que introdujo la camisa a rayas y la fueron adoptando después los otros líderes o fue una moda Cerruti que se implantó entre los brokers y ha terminado cubriéndolo todo. Cualquier candidato que espere comparecer en el plató o en las fiestas-mitin se viste hoy con una camisa a listas. El mismo Garzón, que procedía de otro ámbito, pareció considerar anteayer que, para su presentación política, debía equiparse con una sucesión de líneas rosadas y blancas. En Alicante, Felipe González, remangándose, también llevaba una camisa a rayas, y lo mismo cabe ...

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No estoy seguro si fue Aznar el primero que introdujo la camisa a rayas y la fueron adoptando después los otros líderes o fue una moda Cerruti que se implantó entre los brokers y ha terminado cubriéndolo todo. Cualquier candidato que espere comparecer en el plató o en las fiestas-mitin se viste hoy con una camisa a listas. El mismo Garzón, que procedía de otro ámbito, pareció considerar anteayer que, para su presentación política, debía equiparse con una sucesión de líneas rosadas y blancas. En Alicante, Felipe González, remangándose, también llevaba una camisa a rayas, y lo mismo cabe decir de Luis Gámir presentando el proyecto económico del PP, de Julio Anguita en Alcalá de Henares o de Francisco Garrido, número uno de la lista de Los Verdes. No existen prácticamente excepciones ideológicas a esta nueva opción. Todos los debates están rayados.Creo, definitivamente, que fue Aznar el introductor de esta experiencia semiótica. Los paños lisos invitan a una contrastación directa y se corresponden con la plasmación de un programa diáfano. Las rayas son una estratagema que juega con el sí pero no y el no pero sí. Desde un color a otro, baila el pensamiento y, al cabo, se deduce un rizado en cuya exégesis cabe la anfibología de la luz y de la sombra. La indeterminación o el temor a declararse de un solo color concuerda con el espíritu mixtificador de los tiempos.

Hasta hace poco, la camisa listada estaba conectada con un mundo de tahúres que a la fuerza se desenvolvían en ambientes inciertos. Existe, en efecto, hoy una camisa a rayas, tipo Antoñito López, que evoca el desahogo rural, la ondulación de un horizonte de estratos y perfiles de sembrados, pero no es ésta la modalidad que se prefiere en la campaña. El rayado político es tóxico y urbano; es estricto y monetario. Cada cual lo lleva a su aire, y es notable que en esta liza, la lista comience a determinar el talante social del protagonista. Las rayas de Felipe González son más gruesas que las de Aznar, y las de Anguita, todavía más dilatadas. El líder popular nunca se mueve de su enjuto calibre y repite hasta la hartura la combinación azul y blanca, lo que le obliga, para distinguir sus comparecencias, a surtirse de un variado cromatismo en los aderezos. Punto que le ha abocado hasta la corbata amarilla, cenit de la histeria. Cuando tales fenómenos suceden, una de dos: o el asesor de imagen no actúa, o bien Ana Botella es de esas chicas desganadas a las que les gusta el marido de cualquier manera. En La Moncloa han venido siendo más elegantes para estas cosas, y buena parte de la sensualidad vestual de Felipe González, siempre provisto de buenas lanas, proviene de un mejor entendimiento del cuerpo espeso. Las camisas a listas son típicamente de derechas a partir de Novecento. Parece mentira que no se den cuenta. La moda se encabalga sobre la línea de los tiempos y los tiempos aparecen embarrados. Contra el barro y las barras, contra el pecho carcelario, ¿por qué no una propuesta lisa, convencida, despejada?

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