Un economista pródigo

El financiero que se suicidó en La Moraleja gastaba a manos llenas

Baltasar Egea García, el economista que se suicidó el pasado martes en La Moraleja después de matar a su esposa y a su hijo de 17 años, iba dejando un reguero de dinero por donde pasaba. Todos los que le conocieron coinciden en que aparentaba ser un hombre adinerado y pródigo. Propinas, regalos, viajes, coches, marcaban un estilo de vida: gastar a manos llenas, como quien piensa que sólo se vive una vez. Pero en su última semana de existencia desapareció de su oficina de brokers (intermediarios) de Bolsa. Los últimos colegas que le vieron creen que parecía muy abatido. ¿Por qué se suici...

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Baltasar Egea García, el economista que se suicidó el pasado martes en La Moraleja después de matar a su esposa y a su hijo de 17 años, iba dejando un reguero de dinero por donde pasaba. Todos los que le conocieron coinciden en que aparentaba ser un hombre adinerado y pródigo. Propinas, regalos, viajes, coches, marcaban un estilo de vida: gastar a manos llenas, como quien piensa que sólo se vive una vez. Pero en su última semana de existencia desapareció de su oficina de brokers (intermediarios) de Bolsa. Los últimos colegas que le vieron creen que parecía muy abatido. ¿Por qué se suicidó el asesor financiero a los 47 años? Tal vez estaba arruinado; así lo dejó escrito. ¿Por qué mató a su mujer? Puede que ella -Adela Llana, 40 años- se lo pidiese.Pero ¿y su único hijo? ¿Cómo es posible que matase- a Raúl, al que adoraba? Cuando el chaval sufrió un accidente de tráfico, su padre dejó de ir a trabajar para estar a su lado.

A las diez de la mañana del martes, cuando la asistenta abrió la puerta del dormitorio del matrimonio, los tres cadáveres yacían sobre la cama. ¿Estaban todos de acuerdo?

Ni la policía ni el Juzgado de Instrucción número 1 de Alcobendas han ofrecido más respuesta para estas incógnitas (véase EL PAÍS de ayer). El caso parece cerrado, a falta de que el informe balístico explique cómo se produjeron los disparos. Ayer se practicó la rutinaria autopsia, aunque los investigadores sostienen que el economista -que no tenía licencia de armas- disparó primero contra su mujer y su hijo y luego se descerrajó la cabeza de un tiró. Usó dos pistolas antiguas, probablemente de la guerra civil, informa la agencia Efe. Hoy se celebra el entierro en un cementerio privado.

Tenía que ser así. Cuando Baltasar Egea iba a su oficina de la calle de Génova, al lado de la sede del Partido Popular, ni siquiera se molestaba en buscar aparcamiento. "Tenía contratado a un chico para que le guardase el coche a todas horas, así se evitaba tener que dar vueltas a la manzana", relata el portero del inmueble, acostumbrado a las generosas propinas del asesor financiero. "Y para Navidad me regalaba una cesta y 10.000 pesetas". En la última semana, Egea no se había pasado por su trabajo. Dos colegas que le vieron entonces aseguraban ayer que parecía "muy abatido".

Consigna de silencio

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Su correspondencia iba dirigida a dos razones sociales: Asesores Agrupados -que figura en el listín telefónico- y Técnicos de Inversiones y Valores (TIVSA). En las oficinas de esta compañía, el silencio era ayer la consigna.Egea tenía muchos negocios: contabilidades, asesoría de empresas, inversiones en Bolsa. "Era un hombre serio, nunca nos dio un problema de pagos", explicaba ayer un directivo de Bolsa que colaboraba con Egea. "Desde hace una semana nos decían en su oficina que estaba enfermo".

El economista del Soto de la Moraleja comenzó su carrera profesional en una entidad de crédito catalana. Hace 13 años se independizó y fundó su propia firma, Asesores Agrupados, que llegó a tener oficinas en la Castellana.

"A todos nos sorprendía su espectacular estilo de vida: cochazos, ropa cara. Cuando todos te mandaban por Navidad un bolígrafo, él te regalaba una pluma de oro", explica un asesor de Bolsa. Todo el mundo le conocía y, sin embargo, no figuraba como un número uno de las finanzas. "Sus relaciones representaban su principal activo; tal vez por eso gastaba tanto, para aparentar una economía boyante", apunta el mismo broker.

Pero ayer tres de sus clientes aguardaban nerviosos en la sala de espera de TIVSA. "En la calle hay más gente", les informaban para que no se impacientasen. "No es normal que vengan clientes a esa oficina, pero hoy he visto pasar bastantes", desvelaba más tarde el portero. Los brokers reciben órdenes por teléfono.

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