Editorial:

Polémica y creación

HOY, MARTES, se inaugura oficialmente la exposición antológica que el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid dedica al pintor Antonio López García. Se trata, sin duda, de uno de los acontecimientos culturales del año, que compartirá honores con las diversas y excelentes exposiciones que conmemoran el centenario de Joan Miré.Dos nombres propios, López y Miró, que por azares de fecha ejemplifican el debate en el que está envuelto el arte español en torno al naturalismo y el informalismo. Una discusión que, pese a tener lugar con motivo de la polémica decisión de Antonio López de rechazar inicialme...

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HOY, MARTES, se inaugura oficialmente la exposición antológica que el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid dedica al pintor Antonio López García. Se trata, sin duda, de uno de los acontecimientos culturales del año, que compartirá honores con las diversas y excelentes exposiciones que conmemoran el centenario de Joan Miré.Dos nombres propios, López y Miró, que por azares de fecha ejemplifican el debate en el que está envuelto el arte español en torno al naturalismo y el informalismo. Una discusión que, pese a tener lugar con motivo de la polémica decisión de Antonio López de rechazar inicialmente la citada muestra por considerar que su tendencia plástica está minusvalorada en las colecciones oficiales de los museos, ni es nueva ni será, probablemente, la última vez que se produzca.

La simple trayectoria de los dos artistas demuestra el riesgo de los encasillamientos en terrenos tan sutiles como son los de la creación artística. Miró parte de una visión naturalista para, paulatinamente, evolucionar hacia conceptos, formas, miradas en definitiva, más personales y libres. López, por su parte, se mantiene constante en lo que se denominó realismo madrileño. Ambos son pintores esenciales en el panorama plástico del siglo XX, al margen de tendencias o escuelas. Son la demostración de que la capacidad de transmitir emoción, sentimientos y belleza no depende del ansia de transgredir o sublimar las normas académicas, sino de la sensibilidad y el talento personal.

Para comprobar lo dicho, al ciudadano le basta con un simple paseo. Unos cientos de metros más lejos, la colección Thyssen Bornernisza muestra nuevamente la esterilidad de una polémica en la que tradicionalmente se suele identificar al realismo como un arte conservador, y a la vanguardia, como progresista. Pues bien, no es posible comprender cabalmente a Bacon, Munch o De Kooning sin apreciar la obra de pintores como Aldortfer, Velázquez, Rembrandt o los románticos americanos, entre otros muchos. La influencia es constante, aunque no siempre directa.

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La fidelidad al modelo -tosco baremo que se suele utilizar para valorar el naturalismo- es sólo una anécdota en la intención del artista y, naturalmente, en su obra. La originalidad de la mirada, la estructura interior del cuadro, el tratamiento de la luz o la simple elección de un objeto, y no de cualquier otro, permiten distinguir en el resultado final entre una obra de arte y un remedo fotográfico. En igual medida, la utilización de texturas y elementos insospechados, la genialidad de la transgresión, la subversión de la propuesta, pueden facilitar la distinción -difícil en ocasiones- entre una obra de arte vanguardista y una estupidez. Lo importante, y así lo demuestran Antonio López y Joan Miró, es la capacidad de transmitir las obsesiones, las dudas y los hallazgos del artista.

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