"Sin dinero no hay medicinas"

70 niños huérfanos o mutilados esperan la muerte hacinados en el hospital de Gradina

ENVIADO ESPECIAL A Sabina Music ya le ronda la muerte cuando apenas tiene contados 12 años. Vive postrada en una cama en los sótanos del hospital de Gradina, en Tuzla, donde se hacinan 70 niños repartidos por mil recovecos, muchos de ellos huérfanos o mutilados procedentes de la cercana Srebrenica. Sabina no habla. Cabizbaja, manoseando el pelo de un osito de peluche roído por falta de otros juguetes, simula estar distraída. A su lado, de pie, su madre, Emina, llora sin lágrimas para que nadie le descubra su dolor.

A unos metros, la doctora Sofija Tunjic, responsable de la sala de pedia...

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ENVIADO ESPECIAL A Sabina Music ya le ronda la muerte cuando apenas tiene contados 12 años. Vive postrada en una cama en los sótanos del hospital de Gradina, en Tuzla, donde se hacinan 70 niños repartidos por mil recovecos, muchos de ellos huérfanos o mutilados procedentes de la cercana Srebrenica. Sabina no habla. Cabizbaja, manoseando el pelo de un osito de peluche roído por falta de otros juguetes, simula estar distraída. A su lado, de pie, su madre, Emina, llora sin lágrimas para que nadie le descubra su dolor.

A unos metros, la doctora Sofija Tunjic, responsable de la sala de pediatría, habla con Peter, un miembro de la organización británica Save the Children, quien trata desesperadamente de salvar la vida de esta pequeña. Para lograrlo necesita dinero: 10.000 marcos alemanes (740.000 pesetas). Ha contactado con las fuerzas británicas en Vitez, cuyo mando ha prometido un helicóptero para trasladar a la niña hasta Split o Zagreb, en cuyos hospitales, mejor dotados, podría ser tratada de su grave enfermedad: una leucemia galopante.

En una guerra como ésta, que es puro terrorismo y barbarie, los enfermos naturales parecen una equivocación. "A Sabina le lloverían ofrecimientos de los mejores hospitales del mundo si fuera una niña malherida por la guerra y hubiera salido por la televisión", asegura, casi molesta, la doctora Tunjic.

Esperanzas frustradas

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Hace 20 días, la niña y su madre se encontraban esperanzadas en un gran hospital de Rijeka (Croacia), uno de los más adecuados de la antigua Yugoslavia para el tratamiento de la leucemia. Allí aguardaban la llegada próxima de una declaración certificada de unos familiares residentes en la poderosa Alemania, en la que iban a hacerse legalmente cargo de los gastos del tratamiento. Impacientes por la tardanza de una misiva que nunca llegó, pues los parientes prefirieron el riesgo de dejar de serlo a soltar un solo marco, los médicos de Rijeka no tuvieron mejor ocurrencia que echar a la calle a la pequeña Sabina y a su madre. "Si no hay dinero, no hay medicinas", les espetaron de mala gana, relata indignada la doctora Tunjic.

Después, madre e hija acudieron a Split, donde se repitió la misma historia, y más tarde viajaron a Tuzla, de donde son originarios.

"En los cuatro meses que llevamos de año", dice la doctora Tunjic, "han muerto aquí 29 niños. El año pasado fallecieron 47". El trabajo de todos los médicos y enfermeras del hospital de Gradina depende de la ayuda humanitaria, que a su vez depende del estado de las carreteras, que se abren o cierran en función de los combates. "Las vendas con las que envolvemos las heridas de los enfermos las tenemos que lavar por falta de material", dice la doctora.

Al lado de Sabina, al otro lado del pasillo, un bebé de dos meses y medio no para de llorar. Debe hacerlo muy a menudo, pues nadie le atiende. Tiene colocado un suero que le entra por la parte alta de la frente, amoratándole algunas venas. Está como encerrado en un corpachón duro en el que no puede ni siquiera agitar los bracitos. Sus facciones parecen las de un hombre salido de un campo de concentración de la II Guerra Mundial.

El pasillo se transforma en una fila interminable de grandes tragedias vestidas todas de niños de ojos asustados. El olor a hospital, a ese combinado indefinido de medicinas, aquí se confunde, además, con el olor a orina. Algunas camas vacías tienen restos de sangre.

Los enfermos están por todas partes. Pero siempre en un corredor o en otro. En el sótano de la sección infantil del hospital de Gradina no hay habitaciones. "Les colocamos aquí", dice la doctora Tunjic, "para protegerles de la artillería serbia", que se encuentra tan sólo a 20 kilómetros.

Enes Babic tiene dos años y medio y ha perdido la sonrisa para siempre. Una granada le segó la pierna derecha en Cerska, en Bosnia oriental. Aunque ya le han extraído las esquirlas de los ojos, aún no ve bien. Se asusta cuando las enfermeras le destapan y llama a gritos a su hermana Enesa, a quien, a sus 16 años mal contados, le ha tocado convertirse en madre adoptiva de Enes y otros cuatro hermanos; la verdadera, la de los seis, está muerta.

Sin tiempo para odiar

Alma es de Srebrenica y también le falta una pierna. Otra granada maldita, dicen. Tiene 10 años y no ha tenido tiempo de aprender a odiar. Llora con desconsuelo ante cualquier pregunta. Todas le recuerdan la pesadilla que está viviendo. Alma es la paciente favorita de las enfermeras. La que consigue los caramelos. Tampoco tiene madre. Murió en medio de esta guerra sanguinaria. Y el padre vive en riesgo permanente de morir también, pues es soldado de la milicia musulmana.

Sabina, Enesa, Alma. No importa el nombre del niño o de la niña al que las organizaciones humanitarias internacionales decidan arrancar de este infierno y salvar su vida. Detrás de éste siempre hay otro, y otro y otro, en una fila interminable.

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