Editorial:

El éxito de Yeltsin

LOS RESULTADOS que hasta ahora se conocen del referéndum del pasado domingo en Rusia no tienen carácter oficial y aún son parciales. Ello es lógico en un país gigantesco -el más extenso de la Tierra-, con diez husos horarios y con un aparato estatal en gran medida quebrantado por las transformaciones de los últimos años. Sin embargo, una indicación clara se desprende de las cifras desde que empezaron a llegar de VIadivostok y de otras ciudades de Extremo Oriente: Yeltsin, en la pregunta decisiva sobre la confianza en el presidente, ha obtenido una victoria rotunda. En torno al 60% de los elect...

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LOS RESULTADOS que hasta ahora se conocen del referéndum del pasado domingo en Rusia no tienen carácter oficial y aún son parciales. Ello es lógico en un país gigantesco -el más extenso de la Tierra-, con diez husos horarios y con un aparato estatal en gran medida quebrantado por las transformaciones de los últimos años. Sin embargo, una indicación clara se desprende de las cifras desde que empezaron a llegar de VIadivostok y de otras ciudades de Extremo Oriente: Yeltsin, en la pregunta decisiva sobre la confianza en el presidente, ha obtenido una victoria rotunda. En torno al 60% de los electores ha expresado su confianza en él, ratificando (y en ciertos casos superando) los datos de su elección en 1991 como presidente de la República. En Moscú y en San Petersburgo, ese apoyo es particularmente fuerte, con más del 70%.Quizá la mayor sorpresa de la consulta se ha producido en torno a la segunda pregunta, referida especialmente a la política económica. Ese punto había sido introducido por los enemigos de Yeltsin, seguros de que el resultado sería una derrota para el presidente. No ha sido así, y parece que más de un 50% de los votantes, a pesar del deterioro sufrido en el nivel de vida, ha dado su apoyo a ese aspecto concreto de la política presidencial. Ello indica algo esencial: que una parte considerable de la sociedad rusa comprende que, para salir del caos actual, no hay vuelta atrás; hace falta seguir avanzando hacia una economía de mercado, a pesar del coste que supone.

Por tanto sin duda Yeltsin ha tenido razón al convocar el referéndum, si bien muchos lo consideraban irrealizable, o una ocasión para que se radicalizasen las tendencias centrífugas. Sólo Chechenia se ha mantenido al margen. Yeltsin sale reforzado de la prueba: será más dificil ahora reanudar los intentos del Congreso para destituirle. Sin embargo, las, reacciones de Jasbulátov, presidente del Parlamento, y del vicepresidente Rutskói, en la oposición a Yeltsin, no tienen nada en común con la actitud habitual de los dirigentes democráticos cuando son derrotados. En vez de reconocer el éxito del ganador, niegan el valor del referéndum. Todo indica, pues, que seguirá la batalla de desgaste contra el presidente, con sus efectos desestabilizadores para el sistema político y para toda la vida pública.

En efecto, si las preguntas tercera y cuarta del referéndum aportan una victoria política a Yeltsin (una mayoría de votantes pide que se adelante la elección de un nuevo Parlamento y, en cambio, menos votos piden elecciones presidenciales), no aportan, en cambio, una solución técnica para convocar elecciones legislativas. Al ser considerado este punto de carácter constitucional, su aprobación exige la mayoría- del censo (y no sólo la de los votantes), la cual no ha sido alcanzada. Exigencia absurda y poco democrática, pero que impide que la convocatoria de elecciones sea el efecto automático de la consulta, como sería políticamente lógico. Ello mantiene abiertas muchas dudas sobre el futuro. No está claro si Yeltsin puede -como se lo aconsejan algunos de sus amigos- apoyarse en el respaldo popular obtenido para imponer, incluso "fuera de las regla?", la convocatoria de unas elecciones necesarias para dar vida a una nueva Cámara y enterrar el actual Congreso, que a todas luces vive de espaldas a la actual realidad rusa.

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En todo caso, el referéndum no aleja todos los peligros que amenazan la estabilidad de Rusia. No puede borrar la realidad trágica de una sociedad desesperada y escindida, que ha votado más bien para evitar mayores males, empujada por la vieja rutina rusa de apoyar al que manda, pero en la cual no hay raíces para la implantación de un sistema democrático. Se ha evitado probablemente el desastre de un país incapaz de gobernarse. Pero el futuro de Rusia sigue envuelto en oscuros nubarrones.

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