Los últimos serán los primeros
Hace unos días esperaba pacientemente el autobús en una parada de una calle céntrica de Madrid. Estaba saboreando el privilegio de ser la primera persona que a ella había llegado cuando, designios del destino, el número 2 se detuvo unos metros más atrás. El mogollón, al grito de "¡maric.... el último!", se abalanzó sobre la entrada con gran arrojo y decisión. Yo, estupefacto por tan maravilloso espectáculo, me resigné a subir el último. Una vez arriba, el mogollón desmogollonizado mutó nuevamente en tiernos escolares, endebles ancianos y mamás queridas que, mirándome con una cáli...
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Hace unos días esperaba pacientemente el autobús en una parada de una calle céntrica de Madrid. Estaba saboreando el privilegio de ser la primera persona que a ella había llegado cuando, designios del destino, el número 2 se detuvo unos metros más atrás. El mogollón, al grito de "¡maric.... el último!", se abalanzó sobre la entrada con gran arrojo y decisión. Yo, estupefacto por tan maravilloso espectáculo, me resigné a subir el último. Una vez arriba, el mogollón desmogollonizado mutó nuevamente en tiernos escolares, endebles ancianos y mamás queridas que, mirándome con una cálida sonrisa, quisieron decirme algo así como: "Si ya lo dijo Jesús, hijo mío: los últimos serán los primeros... en la cola del autobús".