Heroína, en el paladar negro

La droga y los extranjeros ilegales coparon la mitad de las detenciones de una jornada

Un miércoles es buen día para despertarse en un coche abandonado, comer naranjas y drogarse. Un día menos de vida, sobre todo si se vive subido al jaco (heroína). Las jeringuillas son la moneda de todas las horas en el Madrid multirracial, en las escaleras de los vecinos, en las plazas recoletas y en las mentes de los policías, que dan largas explicaciones de cómo los morenos (negros, en el argot) llevan bolsitas de heroína en el paladar, que se tragarán si un uniforme se acerca. En 24 horas, se hicieron 110 detenciones -más de la mitad de todas- bajo dos epígrafes: estancia ilegal y tráfico ...

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Un miércoles es buen día para despertarse en un coche abandonado, comer naranjas y drogarse. Un día menos de vida, sobre todo si se vive subido al jaco (heroína). Las jeringuillas son la moneda de todas las horas en el Madrid multirracial, en las escaleras de los vecinos, en las plazas recoletas y en las mentes de los policías, que dan largas explicaciones de cómo los morenos (negros, en el argot) llevan bolsitas de heroína en el paladar, que se tragarán si un uniforme se acerca. En 24 horas, se hicieron 110 detenciones -más de la mitad de todas- bajo dos epígrafes: estancia ilegal y tráfico de drogas.

El cabo abrió la cortinilla del chamizo de ladrillos y ahí estaban: Fátima, con los ojos en blanco y la aguja empotrada en el antebrazo; junto a ella, un turco silencioso y un adolescente patilludo de ojos demasiado brillantes al sol vespertino. El turco, mayor, cansado, siguió callando' Se sentó en una banqueta corroída, y el adolescente, Antonio, se lo tomó con calma y sacó el carné, la cartera y el paquete de Fortuna.Él se busca la vida en la gasolinera de Atocha para sacar tres o cuatro talegos (billetes de 1.000 pesetas) a base de decir: "A ver si me puedes ayudar, que me he quedado tirado sin gasolina y tengo que volver a casa, con la Vespa...". La verdad es que antes tenía un Vespino, pero ahora ni eso. Así que vuelve en el metro, pilla en el Cerro de la Plata, donde acaba el distrito de Retiro y, cuando tiene más dinero, compra cocaína -,,que está muy rica"- y se pincha en el chamizo, que es la casa del turco, y de eso conoce a Fátima, la de los ojos en blanco, una bilbaína que apenas cumple los 20 años y que cuando puede escribe cartas al colega de turno y se entretiene con las aventuras de Zipi y Zape.

La salud y la justicia

"Pues nada, chaval, así hasta que tú quieras", se despide de Antonio un policía, Jesús, de 28 años, que más bien parece un armario con una cara de salud que ofende y su 1,90 de estatura. "No merece la pena nada", contesta el patilludo, mientras el agente trata de librarse de un excremento que ha pisado, "yo he estado desenganchado, pero ahí es cuando vienen todas las cosas que tengo pendientes con la justicia. La sociedad no perdona". "Por lo menos tú no vas dando palos por ahí", le consuela el cabo.

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Los policías municipales han ido a dar una vuelta, a media tarde del miércoles, al Cerro de la Plata, unas naves de Renfe, en el distrito de Retiro, donde viven morenos -es decir, senegaleses, angoleños y zaireños- y donde pillan los yonquis. "Todos los nuevos suelen pasar por ahí", dice Jesús, otro policía que patrulla la zona, "unos se suben al norte, a hacer la fruta [trabajar en Cataluña en la recolección agrícola] y otros se quedan".

La irrupción de los uniformes en el gueto africano -en unos cobertizos del Cerro ambientados con pintadas- dejó a una mujer demacrada con el condón preparado para recibir a un hombre. Una mujer sin brillo en el pelo, de uñas negras que tiemblan y con los pulmones minados por las neumonías y el sida. Una habitual de la calle de la Ballesta desplazada allí para hacer un servicio a cambio de droga.

Los policías también interrumpieron la siesta de un bebé y los toqueteos de otras dos lumis (prostitutas) con cuatro morenos en un chamizo. "A ese pequeñito", se ríe. un policía, "le llaman el trípode". El pequeñito calla, pero su mirada es incendiaria mientras se abrocha la bragueta ante los agentes, que le echan el aliento a un trozo de vidrio: "Mira, los restos de la raya". Al final se llevarán a dos de los morenos por no tener papeles.

La droga y los emigrantes son moneda habitual de los partes policiales. El miércoles 17, más de la mitad de las 202 detenciones del Cuerpo Nacional de Policía se debieron a tráfico de drogas (51) y estancia ilegal (59).

El Cerro de la Plata es también un almacén de historias. En un rincón de una nave, a dos pasos del picadero, entre un par de placas de señalización de Renfe, está Ana María, una angoleña que arde de fiebre, pero que no se dejará trasladar. "Viene una amiga a traerme medicinas y si voy ella no me encuentra".

Jesús, un agente municipal que patrulla por el centro por las mañanas, sabe que, en las fiestas, están a primera hora los accidentes de los últimos coperos. Y entre semana es común la escena del yonqui pinchándose en un coche que también es su casa. "Son viejos conocidos. Por las mañanas les hacemos una visita", dice una policía, "a veces no se despiertan nunca". El miércoles les tocó a dos colegas accidentales "a un marroquí de 21 años que lleva media vida en España y que come naranjas con sus labios gruesos a la puerta del sucio Ford Fiesta aparcado en la calle de Segovia, y a un treintañero adormilado que no se parece en nada a la fotografía que enseña, tras el cacheo, al agente. Era su cara del verano, rellena y más feliz. Se había desenganchado.

"Calle del Arenal. Hay una persona drogándose en una escalera", se oye en la emisora de la Policía Municipal, uno de tantos avisos. El vecino que abre, canoso y circunspecto, dice que al yonqui ya le han echado. "Pero yo no toco la jeringuilla, agente". El tubo de plástico, que retira un policía, ya había cumplido la rutinaria misión de aplacar escalofríos. Era una aguja más entre las miles que llegaron, hoy miércoles, a inyectar fuego en las venas.

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