Tribuna:

Prohibido jugar

El alcalde de una ciudad española prohíbe por bando que los niños monten en bicicleta, patinen o jueguen a la pelota en calles, plazas y jardines. O sea, el Juanito, en versión coercitiva municipalEl Juanito, cartilla de obligado aprendizaje en tiempos de nuestros abuelos, contrastaba mediante sentenciosas reglas y elocuentes viñetas el ejemplar comportamiento del niño bien educado con los deleznables hábitos del niño mal educado. El niño bien educado -remilgada criatura- iba hecho un pincel, estiradísimas las medias, zapatos relucientes, mientras el niño mal educado llevaba la p...

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El alcalde de una ciudad española prohíbe por bando que los niños monten en bicicleta, patinen o jueguen a la pelota en calles, plazas y jardines. O sea, el Juanito, en versión coercitiva municipalEl Juanito, cartilla de obligado aprendizaje en tiempos de nuestros abuelos, contrastaba mediante sentenciosas reglas y elocuentes viñetas el ejemplar comportamiento del niño bien educado con los deleznables hábitos del niño mal educado. El niño bien educado -remilgada criatura- iba hecho un pincel, estiradísimas las medias, zapatos relucientes, mientras el niño mal educado llevaba la pelambrera revuelta, arrugada la ropa, medias caídas, zapatos recién salidos de un barrizal. El. niño bien educado se descubría ceremonioso al paso de las personas de principal condición, mientras el mal educado las arrollaba en su irresponsable atolondramiento y ni siquiera podía descubrirse porque había perdido la gorra. El niño bien educado no jugaba nunca en la calle, mientras al niño mal educado le servía de diversión, y hasta recorría las aceras saltando a dola.

El Juanito era especialmente severo con los juegos de pelota, y para demostrar las nefastas consecuencias que acarreaban tamaños desmanes, les dedicaba varias viñetas, en las que se veía al niño mal educado arreándole al angelical niño bien educado un pelotazo en todo el cogote. Nuestros abuelos no se atrevieron a confesarlo en su niñez (por miedo al coscorrón), pero disfrutaban de lo lindo con la escena del pelotazo en el cogote, que constituía su secreta venganza contra la estupidez humana.

En realidad, los niños jamás hicieron caso del Juanito y la perversa filosofía que encerraba, como tampoco harán caso del siniestro bando. Que. Dios les bendiga por eso, pues una ciudad donde los niños no salieran a jugar sería un cementerio.

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