Tribuna:

Adiós, Mr. Bush

Quiso conquistar un lugar destacado en el olimpo de los héroes del Far West y contribuyó a matar decenas de miles de iraquíes a base de bombas inteligentes. Por el camino también ha dejado a algunos compinches y confidentes de la oscura relación entre política internacional y narcotráfico, y ahí está Noriega, viejo amigo, cautivo y desarmado y con la memoria en almoneda. Incluso estuvo tentado de activar alguna guerrita o de volver a darle un repaso a Sadam Husein porque,ante las elecciones de 1992, era importante resucitar la dimensión fálica del poder más importante de la Tierra, y no hay na...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Quiso conquistar un lugar destacado en el olimpo de los héroes del Far West y contribuyó a matar decenas de miles de iraquíes a base de bombas inteligentes. Por el camino también ha dejado a algunos compinches y confidentes de la oscura relación entre política internacional y narcotráfico, y ahí está Noriega, viejo amigo, cautivo y desarmado y con la memoria en almoneda. Incluso estuvo tentado de activar alguna guerrita o de volver a darle un repaso a Sadam Husein porque,ante las elecciones de 1992, era importante resucitar la dimensión fálica del poder más importante de la Tierra, y no hay nada como una bragueta presiáencial de la que sale el poderío sexual de todo un pueblo.Pero ahí está. Solo, fané descangayado, uno de los políticos norteamericanos más fallidos de la historia, a la altura de un Ford, que no podía pensar y mascar chicle al mismo tiempo. Ha querido despedirse disfrazado de guerrero y repartiendo bocadillos inteligentes en Somalia, un reparto efímero que en nada resuelve lo fundamental de aquella tragedia, aunque, de momento, bienvenidos sean los bocadillos inteligentes a mayor honra del public relations del nuevo orden internacional. Dentro de unas semanas, los ejércitos bienhechores, algo así como las viejas señoritas de la Conferencia de San Vicente de Paúl, volverán a sus casas y los bandos somalíes volverán a sus guerras y sus tráficos de hambres, enfermedades y miserias. Pero los famélicos de Somalia no olvidarán aquella Navidad de 1992 en la que Santa Claus, vestido de marine norteamericano o francés, les regaló parte de las sobras del Norte Fértil.

Para entonces, Mr. Bush ya no será presidente, después de haber sido un poderosísimo hombre sin atributos, un perdedor de Scott Fitzgerald, pero armado hasta los dientes.

Archivado En