Reportaje:

Navalagamella del moro

El 20% de los vecinos de un pueblo de la sierra oeste es marroquí

Navalagamella (47 kilómetros al oeste de Madrid) es un pueblo serrano de casas de piedra que parece haber sido trasplantado en el Magreb. Son 650 habitantes y 80 marroquíes oficiales, aunque otras estimaciones hablan de 180. "En la plaza, por la mañana, vas a llevar a los críos al colegio y hay dos del pueblo y 17 moros y pasan cuatro coches y tres son de moros", dice una vecina. En Navalagamella les alquilan antiguos pajares, naves o buenas casas. En general, la mayoría se queja en grados diferentes de la creciente minoría. Y viceversa.

Abdelsan, que tiene 22 años y que se gana la ...

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Navalagamella (47 kilómetros al oeste de Madrid) es un pueblo serrano de casas de piedra que parece haber sido trasplantado en el Magreb. Son 650 habitantes y 80 marroquíes oficiales, aunque otras estimaciones hablan de 180. "En la plaza, por la mañana, vas a llevar a los críos al colegio y hay dos del pueblo y 17 moros y pasan cuatro coches y tres son de moros", dice una vecina. En Navalagamella les alquilan antiguos pajares, naves o buenas casas. En general, la mayoría se queja en grados diferentes de la creciente minoría. Y viceversa.

Abdelsan, que tiene 22 años y que se gana la vida repartiendo cervezas en verano por los pueblos de la zona, enseña un papel con renglones de escritura torpe: el recibo de que ha pagado -él y sus cinco compañeros-, 15.000 pesetas por habitar un antiguo pajar con un wáter incrustado en el suelo, varias camas deshechas encajadas como piezas de un rompecabezas a las que se llega trepando por una escala de madera. Ni ducha, ni, por supuesto, agua caliente.Ahmed es más joven que su compatriota, tiene 20 años y cara de niño. Dice que las chicas son amables con él, pero que "a las que hablan con marroquíes no hablan a ellas". Ahmed vino al pueblo porque estaba su primo, un hombre silencioso de barba muy negra. Y con su primo y otros seis marroquíes, vive en un barracón con las camas en fila, como en el ejército.

Hay dos pequeñas puertas al fondo, en una pared que parece nueva. Una es la de la cocina, otra, la del baño. "Pagamos 40.000 pesetas al hermano del teniente de alcalde", dice Ahmed; "es bueno con nosotros". Los demás asienten. "No te fastidia, con el dinero que gana con un sitio en el que iba a guardar un coche, ya puede hacerles un baño", dice una vecina que pide anonimato, "son muchos en el pueblo los que se aprovechan de ellos". Tafik, con 30 años y aires de líder, se queja, como varios inmigrantes más, de que en el pueblo "te tratan como perro".

También se queja de su casa, sucia y destartalada, alquilada a un concejal, Alejandro Ventura, del CDS. "Ellos la han estropeado, la alquila uno y luego no hay más que caras nuevas", dice la mujer. "Me han dicho que les haga contrato y la arreglan, pero de eso nada".

Abdeselam, Ahmed, Mohamed. Rostros y nombres parecidos que pasean las calles en cuesta de un pueblo cuya ocupación mayoritaria es la construcción. "Hay como 150 moros, muchísimos", musitan tres colegialas cuando el fotógrafo agrupa a los marroquíes para, la foto en la plaza del pueblo. "A mí una vez uno me tocó en una pierna". "Nuestros padres nos dicen que no les hagamos caso, que no nos arrimemos a ellos".

En agosto, los desencuentros se convirtieron en una carta con 300 firmas y suscrita por la recién creada Asociación de Vecinos de Navalagamella. Denunciaban, a raíz de un brote de hepatitis en la zona, la situación de la vivienda de los marroquíes, con una lista de 13 direcciones -entre ellas, las casas de Ahmed y Abdeselam- y pedía el control de los "pajares, portaleras y viviendas saturadas" al alcalde Miguel Hernández (PP). "Y el alcalde todavía no ha terminado la inspección", dice Carlos Rodríguez, concejal del PSOE y miembro de la asociación.

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Puertas cerradas

En la carta se hablaba del problema "de una población de hombres tan numerosa (180-200)", y se sugería la hipotética vinculación de los inmigrantes con la droga, "ya que una parte de esa población no se les reconoce trabajo estable y con un nivel de vida injustificado para su situación". La misiva hablaba del "problema que representa para nuestras mujeres, niñas y niños, que les conduce a tener las puertas cerradas y estar en tensión hasta que los hijos vuelvan a casa".El alcalde dice que sólo hay tres casos de deficiencias en respectivas viviendas, y añade que los portugueses, "unas cuatro o cinco familias, están integrados". "El problema es que muchos de los que alquilan esas infraviviendas son familia de concejales", critica el edil del PSOE.

"Ellos se portan mejor que algunas señoras, hasta te dicen, mire, que se le ha olvidado cobrarme esto", comenta la dueña de un supermercado. "Parece que muchos han olvidado cuando eran ellos quienes se iban a Alemania. Son los que más protestan".

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