Tribuna:

Intolerancia

Magic Johnson ha despertado de su sueño. Después de provocar una hemorragia de sentimentalismo mundial basada en gran parte en el hecho de que se le creía uno de los nuestros, es decir, un heterosexual en desdicha, la sombra de la supuesta homosexualidad a media pensión que pudo haberle llevado a contraer el virus del sida, y el miedo a que les contagie de un empujón, ha puesto a sus compañeros -por llamarles de alguna forma- en su contra, y a él le ha devuelto brutalmente a la realidad. Y es que una cosa es predicar y otra dar trigo. Y la intolerancia está mucho más arraigada entre nos...

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Magic Johnson ha despertado de su sueño. Después de provocar una hemorragia de sentimentalismo mundial basada en gran parte en el hecho de que se le creía uno de los nuestros, es decir, un heterosexual en desdicha, la sombra de la supuesta homosexualidad a media pensión que pudo haberle llevado a contraer el virus del sida, y el miedo a que les contagie de un empujón, ha puesto a sus compañeros -por llamarles de alguna forma- en su contra, y a él le ha devuelto brutalmente a la realidad. Y es que una cosa es predicar y otra dar trigo. Y la intolerancia está mucho más arraigada entre nosotros que la generosidad; los temores atávicos prevalecen, sobre la información, y el que es distinto, o creen que lo es, merece su castigo.Esta sociedad que acorrala a los que fuman y aplaude a los especuladores ha vuelto a ser coherente consigo misma. ¿Por qué tenía que ser diferente Magic de los niños portadores del virus que son rechazados en los colegios por honestos padres de familia que ni roban ni matan? ¿A santo de qué sus colegas de la NBA deben reaccionar opuestamente a cuantos piensan que el sida es cosa de drogadictos y maricones? Nunca se insistirá lo bastante en las campañas de solidaridad para con estos enfermos, nunca repetiremos lo suficiente que ellos son nosotros y nosotros somos ellos, que ya está bien de guetos, de rechazos, de persecuciones.

Al confesar su enfermedad valiente y públicamente, Magic creyó convertirse en un símbolo, pero sólo ahora lo es de verdad: el símbolo de las víctimas de la intolerancia, que mata más que cualquier enfermedad, porque corroe también moralmente al que la aplica.

¿Hay que esperar a que un Papa tenga el virus para que consideremos respetable a su portador? Y vaya usted a saber cómo respondería el colegio cardenalicio.

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