Editorial:

La guerra de Angola

LA DESTRUCCIÓN del imperio soviético ha contribuido decisivamente a poner en marcha una serie de procesos de democratización en el mundo entero, y notablemente en el África austral. Angola, y con algo más de retraso Mozambique, son las dos grandes ex colonias portuguesas cuya transición sigue Occidente con la mayor atención. Pero lo que la geopolítica mundial no puede resolver son las dificultades propias de la zona. La democracia necesita algo más que una ayuda externa, por poderosa que ésta sea, para echar raíces en países como Angola, devastados por el colonialismo, la propia guerra de inde...

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LA DESTRUCCIÓN del imperio soviético ha contribuido decisivamente a poner en marcha una serie de procesos de democratización en el mundo entero, y notablemente en el África austral. Angola, y con algo más de retraso Mozambique, son las dos grandes ex colonias portuguesas cuya transición sigue Occidente con la mayor atención. Pero lo que la geopolítica mundial no puede resolver son las dificultades propias de la zona. La democracia necesita algo más que una ayuda externa, por poderosa que ésta sea, para echar raíces en países como Angola, devastados por el colonialismo, la propia guerra de independencia (que en este caso sólo concluyó en 1975) y la subsiguiente guerra civil para determinar de quién era el país.La reciente celebración de elecciones legislativas y presidenciales en Angola, tras un peleado acuerdo entre las dos facciones en pugna (los ex marxistas del presidente José Eduardo dos Santos y los ex colaboradores de Suráfrica de Jonás Savimbi), debía establecer la democracia. Nada de eso parece, sin embargo, inminente. El tribalismo africano, los largos años de combate en la floresta, los diferentes apoyos internacionales que reciben los dos jefes angoleños han abocado a una reanudación de la guerra civil sin que hubiera concluido el proceso electoral.

Vencedor el partido de Dos Santos (MPLA) en las elecciones legislativas, y triunfador también, aunque por escaso margen, el propio presidente en la primera vuelta de las presidenciales, debía celebrarse una segunda ronda, en la que su rival era inevitablemente Savimbi, el líder de la guerrilla de UNITA. Ante lo que parecía la probable confirmación de la victoria de Dos Santos, Savimbi trató de obtener garantías de alguna participación en el poder a cambio, virtualmente, de legitimar el triunfo de Dos Santos con su presentación a las elecciones. En el regateo sólo ha salido perdiendo Angola. Aunque los combates han disminuido como consecuencia de un alto el fuego rápidamente acordado por los dos adversarios, hablar en estos momentos de arreglo político parece utopía. Ni el líder del MPLA en Luanda ni el de la guerrilla en el matorral controlan suficientemente a sus fuerzas para garantizar la rápida pacificación del país.

Un ejemplo que en su momento resultó decisivo en un caso similar al actual fue el de las dos fuerzas guerrilleras que luchaban contra el dominio blanco en lo que entonces era Rodesia. El ZAPU de Robert Mugabe dio cabida en el poder a la obtención de la independencia al ZANU, que dirigía Joshua Nkomo. Así fue posible la transición política en lo que hoy es Zimbabue. Esa misma capacidad de negociación es la que ha fracasado por el momento en Angola, aunque ello es tanto más comprensible cuanto que las dos guerrillas de Rodesia luchaban contra el enemigo común y las angoleñas lo hacían entre sí.

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Dos Santos es hoy lo más parecido que hay en Angola a un líder elegido por el pueblo. Savimbi, sin embargo, puede negar el control sobre gran parte del territorio a su adversario. Sin el primero no hay Angola, sin el segundo no hay paz. Sólo una nueva negociación política puede poner fin a la matanza, aunque ello signifique hacer concesiones por ambas partes.

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