Editorial:

La recta final

POCAS CAMPAÑAS presidenciales en Estados Unidos como la que está a punto de finalizar han conseguido un mayor grado de interés popular, y en pocas la evolución de la intención de voto ha contribuido más a ese innato sentido del espectáculo que tiene la vida política norteamericana.Desde una perspectiva estrictamente política y sociológica, todo parece indicar que el programa de Clinton ha sido el mejor elaborado, y su campaña, la más sólida. En igual sentido, el candidato demócrata fue el vencedor de los tres debates televisados. Pero, pese a su ventaja reiteradamente consagrada en las encuest...

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POCAS CAMPAÑAS presidenciales en Estados Unidos como la que está a punto de finalizar han conseguido un mayor grado de interés popular, y en pocas la evolución de la intención de voto ha contribuido más a ese innato sentido del espectáculo que tiene la vida política norteamericana.Desde una perspectiva estrictamente política y sociológica, todo parece indicar que el programa de Clinton ha sido el mejor elaborado, y su campaña, la más sólida. En igual sentido, el candidato demócrata fue el vencedor de los tres debates televisados. Pero, pese a su ventaja reiteradamente consagrada en las encuestas de opinión hasta ayer mismo -con toda la incertidumbre de los márgenes de error y de lo impredecible del comportamiento de los votantes-, Clinton no es seguro ganador del billete para instalarse en la Casa Blanca durante los próximos cuatro años. La respuesta debe buscarse en el complejo sistema electoral norteamericano, en la sensibilidad del pueblo y de las instituciones a las más mínimas variaciones de la economía, en posiciones ideológicas profundamente enraizadas y en el factor Perot, un añadido infrecuente en campañas precedentes, en las que ninguno de los dos aspirantes tradicionales se vio perturbado por los votos de un tercero.

Clinton, a quien se sigue considerando el candidato mejor colocado para el triunfo, tuvo el acierto de ofrecer un programa doméstico, de consumo interno, que ha sabido recoger la insatisfacción dominante. Desde el punto de vista del liderazgo internacional, es probable que Clinton sea más aislacionista en materia de defensa y seguridad que Bush. Pero la guerra fría se ha acabado y lo que ahora quieren los grandes mercados del mundo es una economía recuperada y capaz de tirar nuevamente de la prosperidad mundial.

En muy pocas ocasiones la economía, las discusiones sobre todo lo relacionado con ella, ha acaparado un mayor protagonismo que en la actual campaña. Para desgracia de Bush, la fase recesiva ha sido en Estados Unidos mucho más dilatada de lo previsto, y la recuperación, ahora que apunta, está siendo poco intensa. Pese a los estímulos de la Reserva Federal en forma de rebajas del tipo de interés, los indicadores económicos han hecho campaña a favor de Clinton y Perot hasta la última semana.

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La divulgación, esta misma semana, de una tasa anual de crecimiento del PIB del 2,7% en el tercer trimestre ha estado acompañada de revisiones a la baja en la del trimestre anterior y del descenso del índice de confianza de los consumidores. En cierto modo, Bush paga los errores y excesos cometidos por su antecesor, Ronald Reagan: el deterioro de la capacidad productiva y la creciente dualización de la sociedad con grupos importantes de población sumidos en la marginación. Todo ello, acompañado de un déficit presupuestario y un endeudamiento público casi sin precedente.

El mensaje de Clinton descansa, primero, en la necesidad de impulsar la recuperación del crecimiento económico, en la atribución de un papel más activo al Gobierno en la formación de capital, en la potenciación de la educación y en la reforma del sistema de bienestar y de sanidad. Sin duda, la promesa de reducir el déficit público a la mitad en cinco años es excesivamente optimista, a pesar del compromiso de introducir impuestos diferenciales para los ricos. Ello no impedirá, en cualquier caso, un aumento generalizado de la presión fiscal. Con todo, Clinton es lo suficientemente conservador como para que su programa no resulte un movimiento pendular.

En todo caso, de lo que se trata es de que uno de los candidatos obtenga 270 votos electorales de los 538 posibles. Y las últimas semanas de la campaña presidencial han sido un confuso mantel de opciones, de Estados en los que Bush o Clinton ganarían claramente, de Estados en los que la presencia del tercer candidato, Ross Perot, podía influir en uno u otro sentido y de Estados de resultado final incierto. Ahora, los norteamericanos tienen la palabra.

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