...y la autocasa

La carpa duerme al final del descampado. Lleva seis años sin montar. El mismo tiempo ha pasado desde que el clan de los Orvich se instaló entre el vertedero y la estación ferroviaria de Hortaleza. Son 15 familias que viven en cinco autobuses acondicionados como casa, sin luz ni agua, con ratas alrededor. "El circo ya no da para comer y andamos con la música", explican los artistas al borde de la carretera M-40."Diga usted que no somos gitanos. Somos zíngaros", dice de entrada José Orvich. El nació en Móstoles. Sus padres, húngaros, eran artistas de atracciones y él siguió la tradición. Pero el...

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La carpa duerme al final del descampado. Lleva seis años sin montar. El mismo tiempo ha pasado desde que el clan de los Orvich se instaló entre el vertedero y la estación ferroviaria de Hortaleza. Son 15 familias que viven en cinco autobuses acondicionados como casa, sin luz ni agua, con ratas alrededor. "El circo ya no da para comer y andamos con la música", explican los artistas al borde de la carretera M-40."Diga usted que no somos gitanos. Somos zíngaros", dice de entrada José Orvich. El nació en Móstoles. Sus padres, húngaros, eran artistas de atracciones y él siguió la tradición. Pero el circo Orvich, otras veces llamado Juventud, plegó hace tiempo sus lonas. "Unos cantan, otros se doblan... Antes íbamos por toda España, pero ahora, con el vídeo y la televisión, ya nada", tercia Rosita Orvich, de 65 años.

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José, cabeza de familia, explica que desde hace seis o siete años se instalan cada invierno en este descampado junto a la M-40. "Así, los niños pueden ir al colegio", tercia su esposa, Sofía.

Tienen cuatro hijos, la mayor de 11 años, que acuden a un colegio próximo. "La asistente social nos arregló los papeles para la escuela y para el médico", asegura ella. También señala que el Ayuntamiento les autorizó a ocupar el descampado. "Aquí no nos molestan. Lo peor son las ratas que vienen del vertedero".

Los niños juegan entre restos de chatarra. Las mujeres tienden la ropa en cuerdas atadas a los autobuses y a alguna caravana. Los hombres suelen bajar al centro, sobre todo al barrio de Salamanca. "Van con la música. Tenemos órgano y trompetas. Pedimos la voluntad, por lo menos hasta que llegan los guardias", explican. Cuando cae la noche, se calientan con leña.

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Sofía tiene el rostro atezado. Las dificultades forman parte de su vida, que transcurre en el autobús azul y blanco adornado con flores de plástico. Sueña con que le toque la lotería, aunque se conformaría con tener el agua potable más cerca: ahora hay que ir a buscarla con alguno de los viejos coches del campamento.

Otra esperanza es que el globo hinchable que acaban de comprar sea una atracción de éxito en las ferias.

"Esta vida es muy dura", concluye, "pero quizá nosotros no nos haríamos a hacer otra cosa. Ojalá mis hijos vivan de otra manera".

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