Editorial:

Boicoteo cristiano en Líbano

DESDE LA opinión ilustrada europea, y particularmente francesa, se ha cuestionado la oportunidad del proceso electoral actualmente en curso en Líbano. Esos sectores alegan que la consulta, desarrollada en tres fines de semana sucesivos, no sólo carece de suficientes garantías democráticas, sino que su celebración en las actuales circunstancias implica poner en riesgo el equilibrio del que depende el mantenimiento de la identidad nacional del país. Sin embargo, algunas de esas críticas pecan de falta de realismo.El Gobierno libanés, apoyado por Siria, ha entrado en crisis, a raíz de las eleccio...

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DESDE LA opinión ilustrada europea, y particularmente francesa, se ha cuestionado la oportunidad del proceso electoral actualmente en curso en Líbano. Esos sectores alegan que la consulta, desarrollada en tres fines de semana sucesivos, no sólo carece de suficientes garantías democráticas, sino que su celebración en las actuales circunstancias implica poner en riesgo el equilibrio del que depende el mantenimiento de la identidad nacional del país. Sin embargo, algunas de esas críticas pecan de falta de realismo.El Gobierno libanés, apoyado por Siria, ha entrado en crisis, a raíz de las elecciones parlamentarias. Dos ministros cristianos han presentado su dimisión, y no sería raro que el número suba antes de finalizar el ciclo electoral, el próximo domingo, con la votación en el sur del país. La segunda fase del proceso, celebrada en Beirut y en la zona montañosa central hace dos días, fue ampliamente boicoteada por los cristianos. Para sus dirigentes maronitas, profundamente antisirios, las elecciones, bajo la mirada de los cerca de 40.000 soldados de Damasco acantonados en Líbano, son una presión inaceptable. Alegan que en tales circunstancias el resultado no puede sino perpetuar el tutelaje sirio.

En otras circunstancias, la disputa seguramente merecería pasar a los anales de las interminables riñas políticas entre cristianos y musulmanes en un país al que Francia otorgó una independencia supeditada al obsoleto sistema sectario que garantiza el monopolio político a los maronitas y cuyos frutos más elocuentes son los cementerios libaneses. Cierto, lo ideal sería que los libaneses renovasen su vetusto Parlamento en un ambiente de total libertad. Pero por Líbano no sólo campean los sirios, sino tambien los israelíes, que ocupan una franja al sur y que virtualmente a diario violan sus aguas territoriales y su espacio aéreo. El argumento de que es imposible votar libremente cuando se está flanqueado por un centinela sirio es, por tanto, cuestionable si se ignora, como lo hacen los cristianos, el poder de la mano israelí.

El crecimiento demográfico de los musulmanes se ha encargado de alterar la relación de fuerzas en Líbano. Un subproducto de este fenómeno ha sido el avance de los shiíes, el sector que históricamente ha estado en el último peldaño de la escala social. Los notables éxitos electorales del proiraní Hezbolá (Partido de Dios) es seguramente el resultado de su opción por la acción social -bien que con generosa ayuda del país de los ayatolás-, y no sólo militar y de agitación, en los barrios musulmanes de Beirut.

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Los potentes de otrora son hoy minoría, y los políticos musulmanes que ayer empuñaron el fusil para luchar por sus derechos y combatir la ocupación israelí hoy esgrimen las papeletas electorales. Buscan reformas políticas para consolidar la voz que el Pacto Nacional les negó desde un comienzo: por leyes inventadas en Francia, la primera condición para ser presidente de Líbano es ser un cristiano maronita. Idéntica condición demandan los más importantes cargos ejecutivos.

Al boicotear el actual proceso electoral, los cristianos están tratando de abrir un nuevo capítulo de la desastrosa guerra de independencia contra Siria, que el general Michel Aún inició hace tres años y de la que únicamente se beneficiaron las empresas de pompas fúnebres. El acuerdo de paz firmado en Taif, Arabia Saudí, sentó las bases para un compromiso político duradero a partir de una tregua y la renovación del Parlamento electo en 1972. Los políticos cristianos que hoy boicotean las elecciones no sólo están poniendo en riesgo ese pacto de paz; están renunciando a la oportunidad de dar voz a su propia comunidad, hoy minoritaria, que más que nunca necesita paz para dialogar.

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