Tribuna:

Esquizoide

Me he pasado los Juegos Olímpicos escribiendo a diario una columna relacionada con el evento y, a la vez, pasando las notas y elaborando el serial que, sobre América Latina recorrida en tren, está publicando El País Semanal cada domingo. No traería a colación mi pequeña aventura particular si no fuera porque, gracias a semejante desdoblamiento, he podido contemplar con cierta perspectiva el fenómeno del deporte como mundo aparte y perfecto, redondo -esférico-, al que nada le sobra y nada le falta, una burbuja dentro de la cual se puede vivir reproduciendo los conflictos del mundo real s...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Me he pasado los Juegos Olímpicos escribiendo a diario una columna relacionada con el evento y, a la vez, pasando las notas y elaborando el serial que, sobre América Latina recorrida en tren, está publicando El País Semanal cada domingo. No traería a colación mi pequeña aventura particular si no fuera porque, gracias a semejante desdoblamiento, he podido contemplar con cierta perspectiva el fenómeno del deporte como mundo aparte y perfecto, redondo -esférico-, al que nada le sobra y nada le falta, una burbuja dentro de la cual se puede vivir reproduciendo los conflictos del mundo real sin que éstos te alcancen ni te causen la menor herida.A diario realizaba el viaje de ¡da y vuelta entre dos universos: de un contexto pletórico, exultante, dinámico, competitivo, triunfalista, a otro que se encuentra en estado de derrota permanente, de asfffla continuada. Y viceversa. Y aun ahora no sabría decir a cuál de los dos prefería regresar. A menudo pensaba en Richard Ford y su magnífica novela El periodista deportivo (Anagrama), cuyo protagonista se enclaustra en las páginas de deportes para huir de las miserias de su vida. Y me decía cuánto mejor no sería seguir entre Magic, Peñalver, Lewis, Almudena Muñoz o Fermín Cacho, en vez de estar relatando, con el corazón en un puño, la trágica olimpiada hacia la nada de gente anónima que nunca subirá al podio de su vida.

En otras ocasiones me daba un arranque puritano y quería permanecer amarrada a la dureza, lejos de los sueños de gloria. Pero día tras día me fui habituando a mi esquizofrenia y hoy, que he salído de ella -al menos en esta modalidad-, me encuentro como si a la semana le hubieran quitado el domingo. Sin duda porque las dos caras de la medalla, el lado claro y el lado oscuro, son nuestra obra y nos pertenecen.

Archivado En