Al son de las caderas

Un bailarín sirio reivindica para los hombres la danza del vientre

Como si fuesen olas, sus vientres suben y bajan mientras ondulan los brazos, y con pequeños movimientos de pie guían las caderas, que, fieles al frenesí de la música árabe, se mueven como un animal vivo. Todas las tardes, en pleno centro de Madrid, los alumnos del coreógrafo sirio Fadh Kayali bailan la danza del vientre, mientras por la calle pasean los numerosos inmigrantes musulmanes que viven en la zona. Kayali dejó su país para poder bailar en público lo que su cultura reserva a las mujeres.

Atraído por la música que escapa por las ventanas, algún inmigrante se ha acercado al estudi...

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Como si fuesen olas, sus vientres suben y bajan mientras ondulan los brazos, y con pequeños movimientos de pie guían las caderas, que, fieles al frenesí de la música árabe, se mueven como un animal vivo. Todas las tardes, en pleno centro de Madrid, los alumnos del coreógrafo sirio Fadh Kayali bailan la danza del vientre, mientras por la calle pasean los numerosos inmigrantes musulmanes que viven en la zona. Kayali dejó su país para poder bailar en público lo que su cultura reserva a las mujeres.

Atraído por la música que escapa por las ventanas, algún inmigrante se ha acercado al estudio para indagar qué pasaba, quién escuchaba esos ritmos, quién bailaba. Hay pocos musulmanes, sin embargo, en estas clases en las que dominan las mujeres y los cristianos. "La mayoría de mis alumnos son españoles, aunque también tengo estudiantes de Marruecos, de Sudán e hijos de padres libaneses", explica Fadh Kayali.Alto, con un rostro de suaves rasgos pálidos y el largo pelo oscuro recogido en una coleta, Fadh nació hace 27 años en la ciudad siria de Alepo. Enamorado de una danza que en los países musulmanes está reservada a las mujeres, decidió exiliarse para hacer de su pasión su profesión. Desde hace cinco años da clases en Madrid de danza árabe oriental y actúa con su grupo Al Hayya (La Serpiente) en teatros y restaurantes.

En los países musulmanes, los maestros de las bailarinas suelen ser hombres, pero jamás bailan en público. Fadh es transgresor doblemente: ha amoldado los sensuales movimientos femeninos a su cuerpo para exhibirlos en público, y está decidido a que otros hombres sigan sus pasos. A sus clases llegan a veces hombres "en la treintena, dedicados a profesiones artísticas y, sobre todo, muy desinhibidos". "Las bailarinas profesionales tampoco parecen estar por la labor de que nosotros bailemos, porque se sienten amenazadas en su terreno profesional", asegura el revolucionario bailarín.

Nadie se queda impasible al verle bailar, con la música ondulando su torso desnudo y la mano izquierda apoyada delicadamente en la sien. "Los hombres flipan y las mujeres se vuelven locas", asegura Dulce, una de las bailarinas, del grupo. Hay reacciones más radicales, con hombres volviendo los rostros para no verle y mujeres sepultando en la falda la mirada.

Brazos como algas

En el estudio de la calle Amor de Dios, los cuerpos vibran y el sudor parece engrasar los movimientos circulares que se hacen más amplios y rápidos. El cálido sonido de la flauta y el laúd se mezcla con el visceral percutir de panderetas y tambores y el húmedo olor que hace brillar la sombra oscura del ombligo. Las coletas se sueltan y el pelo se pega a las espaldas mojadas. "En el cuerpo humano hay una serie de centros de energía -el coxis, el vientre, la cabeza- que forman una serpiente llamada Kundalini. La danza del vientre, al reavivar estos centros, despierta la serpiente", explica Fadh.

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Una música enlaza con otra mientras los alumnos inflan y desinflan el estómago como eróticos sapos, giran la cintura, desplazan la cabeza de derecha a izquierda y deslizan sus brazos en el aire para que la bicha despierte.

Técnica y sentimiento se unen en esta danza. "El que baila actúa de vehículo de la música. El foco que transmite la emoción es el vientre, y desde allí se extiende por todo el cuerpo". La combinación perfecta de tensión y relajación hace temblar libres las carnes mientras los cuerpos ejecutan los movimientos más difíciles. Saltan sobre un pie y, al mismo tiempo, curvan la espalda y mueven los brazos como algas. "¡Relajaos!", dice Fadh, y las carnes de los alumnos se detienen. "¡Bailad!", y las carnes vuelven a vibrar.

Fadh rechaza con ironía la imagen occidental de la danza del vientre: strip-tease de siete velos con opulentas bailarinas que agitan sus carnes desnudas delante de hombres jadeantes de lujuria. "Ésa es una deformación americana. Esta danza forma parte de la cultura árabe, y hasta en los países más religiosos, como Irán y Arabia Saudí, la bailan las mujeres en bautizos y bodas". Sobre su origen corren distintas historias. El ondular del vientre es turco, pero en Egipto hablan de los faraones, aprovechando que las bailarinas y los ritmos más populares son egipcios.

Exotismo, curiosidad o el deseo de conseguir fuertes caderas y una vigorosa cintura son algunos de los motivos que empujan a los alumnos de Fadh. Aquellos que desconocían lo que es un músculo, descubren al cabo de cierto tiempo que tienen varios en el vientre, la cadera y los riñones. A los que se enganchan y deciden profesionalizarse les esperan duros entrenamientos durante cuatro o cinco años, entre el tintinear de las chapitas doradas y plateadas que se agitan al son de sus caderas.

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