Cartas al director

Réplica a Juan Benet

En el ejemplar del 31 de mayo de 1992 de EL PAÍS, en la sección Opinión, aparece un artículo firmado por el ingeniero y escritor Juan Benet. Con el mayor respeto a las opiniones de cualquier profesional, me sorprende el tono y contenido de dicho artículo por su tendenciosidad y cierta dosis de oscurantismo, impresión que es compartida por otros profesionales y profesores universitarios que lo han leído, los que desde hace muchos años enseñamos, investigamos y trabajamos en el campo de la hidrología, y que también durante muchos años hemos trabajado en la Administración pública para que en nues...

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En el ejemplar del 31 de mayo de 1992 de EL PAÍS, en la sección Opinión, aparece un artículo firmado por el ingeniero y escritor Juan Benet. Con el mayor respeto a las opiniones de cualquier profesional, me sorprende el tono y contenido de dicho artículo por su tendenciosidad y cierta dosis de oscurantismo, impresión que es compartida por otros profesionales y profesores universitarios que lo han leído, los que desde hace muchos años enseñamos, investigamos y trabajamos en el campo de la hidrología, y que también durante muchos años hemos trabajado en la Administración pública para que en nuestro país, el más árido de Europa, se haga una mejor gestión y uso de un recurso escaso, en muchas ocasiones degradado y con frecuencia mal administrado.El señor Benet muestra en su escrito un notable desconocimiento hidrológico y desconsideración de las características de las aguas subterráneas, y aun de su esencial importancia en España, y de como la gestión conjunta de aguas superficiales y subterráneas permite llegar a un uso notablemente mejor que esos recursos escasos y vulnerables, proponiendo una gestión que es

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exactamente la contraria a la que cualquier conocedor de la materia propondría, a la que se explica en los textos y a la que afortunadamente se realiza en muchos lugares en que hay hidrólogos sensatos. La alusión a zahoríes y curanderos no deja de ser sorprendente, y hasta insultante, así como que se considere que las aguas subterráneas son algo oculto y que le resulta opaco. Basta leer los numerosos textos de hidrología y las revistas científicas especializadas para ver no sólo lo mucho que hay de elaborada ciencia y tecnología al alcance de cualquier estudioso serio, sino que las aguas subterráneas resultan más fácilmente medibles, predictibles y gestionables que las superficiales. El uso conjunto de ambas eleva la garantía de suministro ante contingencias como la sequía. En las aguas superficiales es donde hay mayor incertidumbre y manejo más difícil, aunque se disimule con afectadas seguridades, y por ello cabe que se realicen enormes inversiones en obras que pagamos todos los españoles, con fallos tremendos y con monumentos vacíos o para dar de beber al sol. Son el resultado de estudios inadecuados, postura arrogante y visión parcial de la realidad, pero, eso sí, con grandes beneficios para las empresas constructoras, con satisfacción de la megalomanía de ingenieros pagados de su poder, con atentados graves al medio ambiente y con riesgo de aumentar los desequilibrios interregionales. Este país y otros muchos están llenos de ejemplos, y hay regiones que han pagado -o aún están pagando- cara la alegría, presunción o -irresponsabilidad de algunos de sus dirigentes e ingenieros.

Haciendo uso del símil médico del señor Benet, me temo que lo que propone es que, con el pretexto de no ir al curandero, se solucione cualquier enfermedad con difíciles intervenciones de cirugía mayor, dejando de lado la farmacopea y todos los métodos de diagnóstico y curativos que hoy están a disposición en cualquier hospital o centro sanitario, donde, por supuesto, no hay ningún curandero, sino excelentes médicos y sanitarios de múltiples especialidades que no recurren al bisturí por sistema.

Si el Plan Hidrológico Nacional, muy próximo a ser presentado públicamente en el momento de redactar esta carta, resulta ser lo que insinúa que será el señor Benet, que Dios nos coja confesados para las próximas décadas. Un plan hidrológico es un plan de gestión de la cantidad y calidad de un recurso escaso -el agua- coherente con las necesidades sociales, que hace el mejor uso de los limitados recursos económicos del país de forma equilibrada con la atención al resto de las necesidades, políticamente viable, respetuoso con el medio ambiente, con los derechos de sus grupos de ciudadanos, para un desarrollo sostenible y equitativo intergeneracionalmente. Es el resultado del encargo de gestión de un bien público al Gobierno del país por la Ley de Aguas de 1985, y no la entrega de un recurso a un colectivo profesional y empresarial para que hagan lo que les parezca mejor, y a veces no tan mejor.

Otra cosa es un Plan de Obras Hidráulicas, que no es más que una herramienta del Plan Hidrológico, modificable y adaptable, ya que el país y sus gentes son también cambiantes y la ciencia y la tecnología progresan. Si bien el Plan de Aguas de Lorenzo Pardo fue modélico, lo fue en su tiempo y circunstancias, y no vale ya hoy. Pretender continuar con él es empeñarse en trabajar con lo obsoleto y superado por el devenir de la humanidad, que afortunadamente evoluciona a mejor. También el código de Hammurabi fue algo extraordinario en la antigüedad, pero no creo que por ello nadie defienda que hoy sigue válido en la realidad de finales del siglo XX.- Doctor I. I., catedrático de Ingeniería del Terreno de la Universidad Politécnica de Cataluña (ET- SICCP), Académico de Ciencias.

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