Lucha cuerpo a cuerpo en Sarajevo

El bombardeo de Sarajevo es tan intenso que es difícil imaginar que algo quedará en pie. La ciudad tiembla por el repiqueteo de los morteros, mientras los agresores serbios y los defensores musulmanes y croatas entablan ya un feroz combate cuerpo a cuerpo. Hay lágrimas y desesperación en los ojos agotados de los civiles. Un coche lleno de barro y agujereado por las esquirlas llega a la puerta del depósito de cadáveres. Cuatro soldados bajan el cuerpo de un compañero y lo colocan al lado de otro tapado con una sábana blanca.

Uno de ellos grita: "Los serbios son unos asesinos", y se echa ...

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El bombardeo de Sarajevo es tan intenso que es difícil imaginar que algo quedará en pie. La ciudad tiembla por el repiqueteo de los morteros, mientras los agresores serbios y los defensores musulmanes y croatas entablan ya un feroz combate cuerpo a cuerpo. Hay lágrimas y desesperación en los ojos agotados de los civiles. Un coche lleno de barro y agujereado por las esquirlas llega a la puerta del depósito de cadáveres. Cuatro soldados bajan el cuerpo de un compañero y lo colocan al lado de otro tapado con una sábana blanca.

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Uno de ellos grita: "Los serbios son unos asesinos", y se echa a llorar moviéndose sin sentido. Otro se arrodilla ante el cadáver, levanta la manta militar y le acaricia el rostro con dulzura. Un tercero escribe sobre un cartón "Faznia Zito" para que posteriormente sea reconocido por su familia. Todos se arrodillan y guardan un minuto de silencio. Un gesto de despedida con la mano es el último adiós antes de regresar a su lugar de combate.Sarajevo está cubierto de sangre y desesperación. Un Ejército profesional acosa la ciudad sin respiro y aplica una receta impecable: el bombardeo sistemático. Otro Ejército, formado por voluntarios armados de forma irregular, lucha por sacarse de encima e te estrangulamiento diario, ese intento de romper las defensas anímicas de una población que lo sostiene.

Animados por el armamento recuperado después del desalojo del cuartel Mariscal Tito, los milicianos que defienden la capital de la república de Bosnia-Herzegovina, inician una ofensiva, pero se trata de un espejismo. No se puede romper un cerco infernal formado por varios anillos de aprovisionamiento. Los serbios que rodean la ciudad y la bombardean con una intensidad salvaje están muy bien pertrechados. Reciben sus mortíferos proyectiles, sus alimentos y medicinas por un corredor, procedente de Pale, que mantienen fuera del alcance de la artillería bosnia.

Los serbios no se inmutan por la contraofensiva musulmana y siguen bombardeando toda la ciudad con más fiereza que nunca. Desde las cinco de la mañana no ha habido un solo minuto de descanso. Son horas y horas de continuas explosiones, con intercambio de artillería pesada y morteros. Los silbidos de estos proyectiles anuncian la llegada de la carga mortífera con una precisión que pone los pelos de punta. El hospital Kosovo, especializado en traumatología, parece un campo de batalla con los heridos por todas partes. El personal médico no da abasto.

La llegada de las ambulancias y los coches civiles recuerda el goteo continuo del suero inyectado en los cuerpos inertes de los heridos. A las siete y media de la mañana, , una doctora agotada después de 24 horas de intenso trabajo, da el primer parte facultativo: cuatro muertos y 22 heridos, entre ellos dos niños. Sólo hace dos horas que ha empezado la batalla del día. Una hora más tarde, el número de heridos se ha duplicado.

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En medio de continuas explosiones que están afectando al barrio donde se encuentra el hospital y el pequeño hotel de este enviado especial, una camioneta llega a toda velocidad.

Un arma y dos granadas

Baja un hombre armado con una metralleta, gritando, llorando, pidiendo una camilla para su hermano seriamente herido. Su indumentaria recuerda la de cualquier joven, con sus pantalones vaqueros y sus zapatillas deportivas. Sólo un arma y dos granadas le dan la fiereza del soldado. Está muy impresionado. Ante la explosión de un nuevo proyectil, intenta disparar al aire, pero un compañero se lo impide. Se sienta a la entrada del hospital y llora desconsoladamente, con las manos en la cara, sintiendo vergüenza ante los extraños.

A las dos de la tarde, el número de heridos supera los 200. La mayoría son milicianos alcanzados por francotiradores y esquirlas. Es un milagro que sólo hayan muerto ocho. Sólo en algunas ocasiones se escuchan quejidos. "Cada día estamos mejor preparados y más cerca de nuestra liberación", dice el comandante de la Defensa Territorial bosnia, Mustafá Hajrulahoria.

Los bombardeos son indiscriminados como en todas las guerras, pero aquí la población civil se ha convertido en objetivo militar prioritario. Ayer, sin embargo, fueron los milicianos los que sufrieron el mayor número de muertos y heridos. Generalmente, el día es más peligroso que la noche en las calles de Sarajevo. La población civil confía en la repentina calma, sale a comprar lo poco que ya queda en la ciudad, visita los cementerios, las mezquitas e iglesias. Los artilleros siempre están preparados para su mortífera tarea y no entienden de intervalos, de tiempos muertos. Accionan los mecanismos de disparo y los proyectiles llegan con una precisión que hiela la sangre. Pero ayer, los civiles no pudieron salir de sus casas en todo el día. La intensidad de los combates hacía peligrosísimo cruzar una calle.

Varias granadas explosionaron contra las dos torres gemelas de la parte más moderna de la ciudad, donde se encuentra el centro comercial y las oficinas bancarias. En ella se encuentra un gigantesco refugio en el que se amontonan más de 1.000 personas, incluidos 44 niños de un hospital de deficientes mentales destruido por la artillería serbia.

EL PAÍS / El Heraldo de Aragón

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