Tribuna:

Los límites de la razón

Para desmontar su último eslabón, los índices bursátiles apelaron ayer a la negativa de Dinamarca de avanzar hacia los acuerdos de Maastricht. Han bastado unas horas, y ahora constatamos de nuevo que la acción racional de un mercado no supone igualdad de información o de conocimiento entre sus agentes.La racionalidad es cuestión de estímulos. Para el inversor medio los reflejos vienen condicionados en función del éxito económico o de sus manifestaciones mas fantásticas, encarnadas en esos ganadores que recomponen empresas o efectúan fusiones y adquisiciones sin entrar en el problema de la prod...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Para desmontar su último eslabón, los índices bursátiles apelaron ayer a la negativa de Dinamarca de avanzar hacia los acuerdos de Maastricht. Han bastado unas horas, y ahora constatamos de nuevo que la acción racional de un mercado no supone igualdad de información o de conocimiento entre sus agentes.La racionalidad es cuestión de estímulos. Para el inversor medio los reflejos vienen condicionados en función del éxito económico o de sus manifestaciones mas fantásticas, encarnadas en esos ganadores que recomponen empresas o efectúan fusiones y adquisiciones sin entrar en el problema de la producción industrial. La emulación es el instinto humano más persuasivo -y una variable presente en los mercados mucho antes de que Adam Smith inventara la ciencia económica. Por su parte, la Bolsa, principal motor de aquel instinto, ha instrumentado el milagro de modificar a distancia las relaciones de poder en el mundo industrial y financiero. Persiguiendo sus sueños, muchos inversores se encuentran hoy en los límites de la racionalidad calculadora, como describió el filósofo Herbert Dreyfus a los desafíos perdidos.

Archivado En