Tribuna:

Café y bollos en la cama

El mercado de las ocasiones no arranca; la crisis industrial ha puesto un plan de retales sobre los patios de operaciones, pero la inversión no despega.Cuesta entender, aunque las crónicas hablen de hombres que cada mañana al despertar toman café y bollos en la cama mientras hojean periódicos y papeles de análisis financiero; los mismos que antes de poner los pies en el suelo ya han tomado las decisiones de inversión con inteligencia keynesiana. John Meynard, en su tiempo, estaba convencido de que los mercados de acciones eran irracionales, y los inversores unos ingenuos dispuestos a perder la...

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El mercado de las ocasiones no arranca; la crisis industrial ha puesto un plan de retales sobre los patios de operaciones, pero la inversión no despega.Cuesta entender, aunque las crónicas hablen de hombres que cada mañana al despertar toman café y bollos en la cama mientras hojean periódicos y papeles de análisis financiero; los mismos que antes de poner los pies en el suelo ya han tomado las decisiones de inversión con inteligencia keynesiana. John Meynard, en su tiempo, estaba convencido de que los mercados de acciones eran irracionales, y los inversores unos ingenuos dispuestos a perder la camisa sin reconocer su calamitosa vocación. Ganó dos millones de libras esterlinas sin bajar de la cama y multiplicó por diez los fondos del King College, cuya tesorería administraba a horas libres. Hizo muchas más cosas; diseñó un nuevo continente teórico capaz de dar luz a la evolución de la economía mundial en el periodo de entreguerras.

Los analistas bursátiles conocen su faceta inversora de memoria. Convencidos de que Keynes concitó definitivamente las anticuadas interpretaciones clásicas, olvidan a menudo que estudiaba los mercados desde la economía real.

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