Editorial:

El islote impenetrable

ALGO BUENO debe de tener la CE cuando Suiza, que a lo largo de su historia ha sido notoriamente avara y aislacionista, ha presentado por fin su solicitud de ingreso a la Comunidad. Lo decidió la ciudadanía el pasado día 17 en uno de esos referendos a que tan aficionados son los helvéticos.La decisión suiza de solicitar el ingreso en la CE les compromete a mucho. Para Berna no se trata solamente de acceder a una comunidad económica en la que los helvéticos se encontrarán, sin duda, cómodos. Es evidente que cumplen con las reglas de convergencia exigidas para el ingreso en 1997 en la tercera fas...

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ALGO BUENO debe de tener la CE cuando Suiza, que a lo largo de su historia ha sido notoriamente avara y aislacionista, ha presentado por fin su solicitud de ingreso a la Comunidad. Lo decidió la ciudadanía el pasado día 17 en uno de esos referendos a que tan aficionados son los helvéticos.La decisión suiza de solicitar el ingreso en la CE les compromete a mucho. Para Berna no se trata solamente de acceder a una comunidad económica en la que los helvéticos se encontrarán, sin duda, cómodos. Es evidente que cumplen con las reglas de convergencia exigidas para el ingreso en 1997 en la tercera fase de la unión económica y monetaria. Pero Maastricht les obliga a más; les fuerza a romper su aislamiento y les obliga a admitir los presupuestos del Acta Única: libertad de movimientos de personas, capitales, servicios y mercancías, y aceptación de una cooperación política por la que tendrán que respetar las reglas de la mayoría en algunos de los temas que para los suizos han sido sagrados en tanto que materia absolutamente exclusiva de su soberanía.

Pronto lo comprobarán cuando llegue el momento de tomar decisiones sobre asuntos sobre los que la Comunidad ya ha legislado. Reglamentos y decisiones que constituyen, por tanto, acervo comunitario, y que, por ende, deberán ser automáticamente incorporados a la legislación nacional. Éste será uno de los temas más controvertidos a la hora de que se decida la ratificación del tratado por el que Suiza se convierte en el miembro decimotercero de Europa. O decimocuarto, decimoquinto o decimosexto si su ingreso coincide, como es previsible, con alguno de los restantes candidatos procedentes de la EFTA, Austria, Finlandia, Suecia, Noruega o Islandia.

En realidad, la solicitud de Suiza es consecuencia lógica de un hecho importante para Europa ocurrido en Portugal el 2 de mayo último: el establecimiento del espacio económico europeo, una gran zona de libre comercio entre la CE y la EFTA, a la que Suiza y los restantes candidatos citados pertenecen. Evidentemente, se trata de un paso previo a la constitución de una Europa única de al menos 17 miembros de aquí a dos o tres años. Pero es simbólico que Suiza, el islote impenetrable y arrogante, haya aceptado el hecho de que ya no puede o no le conviene vivir sola.

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Por de pronto, ayer, su ministro de Finanzas, Otto Stich, cumplimentó las otras decisiones tomadas por sus compatriotas en el referéndum del 17 de mayo: entregó en Washington los instrumentos de adhesión a las instituciones de Bretton Woods, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Otra ruptura de moldes, a la que seguirá, sin duda, el ingreso en la ONU. Y así resulta paradójico y satisfactorio Poder decirle a la Confederación Helvética que es bienvenida a la comunidad internacional.

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