"Demasiado 'poco' para lo que podría haber pasado"

"Demasiado poco para lo que podría haber pasado. En un rato la zona habría estado llena de gente que va al fútbol o, en día de diario, de chicos del colegio San Alberto Magno". Así se expresaba José Manuel Machado, vecino de la travesía de Iván de Vargas, número tres. Su casa, situada en la primera de las ocho plantas del edificio se ha quedado sin cristales y con las persianas arrancadas. Lo mismo ocurre hasta el quinto piso de este bloque habitado por funcionarios de ministerios.A pocos metros, sobre el puente que cruza la M-30 y llega junto al estadio Vicente Calderón, decenas de curiosos s...

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"Demasiado poco para lo que podría haber pasado. En un rato la zona habría estado llena de gente que va al fútbol o, en día de diario, de chicos del colegio San Alberto Magno". Así se expresaba José Manuel Machado, vecino de la travesía de Iván de Vargas, número tres. Su casa, situada en la primera de las ocho plantas del edificio se ha quedado sin cristales y con las persianas arrancadas. Lo mismo ocurre hasta el quinto piso de este bloque habitado por funcionarios de ministerios.A pocos metros, sobre el puente que cruza la M-30 y llega junto al estadio Vicente Calderón, decenas de curiosos se detienen abrumados por el aspecto de la tragedia. El partido entre el Atlético de Madrid y el Logroñés, previsto para las siete de la tarde, deja de ser tema de conversación ante el desastre. Nadie ondea las banderas rojiblancas a este lado del río Manzanares.

En la travesía de Iván de Vargas, que sólo tiene dos bloques de casas y un colegio, la grúa levanta uno de los coches calcinados. Media docena de caballos de los que viajaban en el furgón policial dan la grupa a la escena. Hay restos de los automóviles a 100 metros. La calle está llena de cristales y ramas de árbol arrancadas. La policía amplía el cordón de seguridad. Los bomberos, que han apagado los coches calcinados, empiezan a retirar los cristales de las ventanas.

Una madre llorando

Una mujer llega llorando, apoyada en otras dos: "¡Ay mi hijo, mi Juan Antonio, que venía ahí!", se lamenta. Una policía municipal la tranquiliza: "Los heridos ya están en el hospital y no están graves". Juan Antonio G.G. es uno de los que se encuentran el hospital Doce de octubre. Su estado no es grave.

"¡Cabrones!", grita una vecina desde la terraza del último piso. En la acera, Rafael Igenio, de 80 años, sale de su error: "Estaba de espaldas a la ventana y creí que era una tormenta, pero al asomarme había un desastre que me recordó a la guerra".

Jaime Navarro dormía la siesta y se despertó con los cristales encima. Su mujer, Juliana, salía a dar una vuelta y el estallido la derribó en el portal. Ahora tienen la casa llena de esquirlas. "Al sentir la explosión salí a la calle y vi las hojas de los árboles para arriba y un coche que ardía. Horrible", explica Matilde Martín.

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José Manuel Machado sigue esperando a que la policía le permita subir a su casa. "Tus padres están bien", le informa una vecina por la ventana. "Es terrible que ocurran estas cosas, aunque a veces parece que nos estemos acostumbrando", medita José Manuel. Hace recuento de los numerosos atentados que ha vivido el barrio en el que abundan viviendas castrenses -a escasos metros fue asesinado el militar Ricardo Sáenz de Ynestrillas- y se siente impotente. Tanto como cuando, el pasado 23 de marzo, la bomba en el coche paterno mató a Juan José Carrasco. "Era compañero mío del colegio, hijo de militar". José Manuel prefiere no acostumbrarse a estas cosas.

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