Golf para obreros

Augustín García se ha hecho un campo de nueve hoyos para él y sus vecinos

Querer es poder. Y si no, que se lo pregunten a Agustín García Navarro. Ha convertido un solar de Aravaca (Madrid) en un campo de golf muy frecuentado por los vecinos: nueve hoyos, sin césped, pero con mucho entusiasmo. 'Lo he hecho porque no tengo medios para Jugar en un campo organizado", explica este conductor de 59 años. La pasión le viene desde que, a los siete, empezó a trabajar de caddie (el que acarrea la bolsa con los palos) por cuatro pesetas cada mañana. Medio siglo suspirando por este deporte que practica entre matojos y sin perder de vista a los constructores que ya miden su terre...

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Querer es poder. Y si no, que se lo pregunten a Agustín García Navarro. Ha convertido un solar de Aravaca (Madrid) en un campo de golf muy frecuentado por los vecinos: nueve hoyos, sin césped, pero con mucho entusiasmo. 'Lo he hecho porque no tengo medios para Jugar en un campo organizado", explica este conductor de 59 años. La pasión le viene desde que, a los siete, empezó a trabajar de caddie (el que acarrea la bolsa con los palos) por cuatro pesetas cada mañana. Medio siglo suspirando por este deporte que practica entre matojos y sin perder de vista a los constructores que ya miden su terreno. "Si me echan de aquí, buscaré otro sitio", anuncia este quijote del deporte.

"Antes, el golf era cosa de señores. Ahora han entrado los profesionales, pero de los aficionados pobres nadie se acuerda", afirma Agustín. Critica la falta de apoyo de las autoridades para crear campos baratos, pero es aún más ácido con las figuras de este deporte: 'Los grandes nos podían haber echado una mano, pero no lo han hecho". Con todo, Agustín sigue intentando cumplir el sueño del niño de posguerra que iba al colegio en el elitista club Puerta de Hierro. "A los recogepelotas y a los caddies nos hacían ir a clase para poder trabajar allí, pero si venían unos señores a jugar, teníamos que dejar al maestro y acompañarlos". Durante años alternó el trabajo de dominguero caddie que lleva el carrito de los jugadores los días festivos on el de una fábrica de jabón. Pero no podía jugar. "Si nos veían en el green [el entorno del hoyo] o con un garrote [palo] y una bola, los jefes nos mandaban a la calle y no trabajábamos ese día. Ahora las cosas han cambiado".

Aunque no tanto como él desearía. Solicitó hacerse socio del municipal Club de Campo, pero no le tocó en el sorteo. "No me puedo gastar cada domingo 6.000 pesetas en jugar allí. Una temporada fue más barato, pero ahora nos quieren echar a los pobres y lo han subido", afirma quien, de chico, ayudó a marcar los nueve primeros hoyos.

Agustín jugaba donde podía. Hace dos años organizó su primer campo en un solar de Húmera. Las máquinas apisonadoras acabaron con la instalación y él volvió los ojos hacia un terreno próximo a su casa, en Aravaca. Allí ha trazado un circuito de 1.300 metros -uno de los hoyostiene un recorrido de 210 metros- que cuida personalmente. "Aunque tiene el green de tierra, cuando llueve es casi como un campo normal", se consuela.

"LLenazo los domingos"

"Éste es un barrio muy vinculado al golf, pero también viene gente que acaba de comprarse un garrote y se viene a andar. Es un deporte muy sano, y la afición crece, entre otras cosas, porque la televisión ayuda", afirma Agustín. Del éxito de su iniciativa da también buena cuenta el llenazo del campo los fines de semana. "Éste es el golf de los obreros. Llega gente hasta de Vallecas", tercia Esteban, uno de los amigos que suelen jugar con Agustín. Pero también acude gente bien. "Yo preferiría practicar en un campo de verdad, pero cuesta un kilo hacerse socio, y éste es gratis", cuenta otro de los usuarios, el joven Javier Cela. "Nada que ver con Puerta de Hierro, esto es mucho más relajado", bromea David Moral, dispuesto a afinar la puntería entre los matojos.

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Agustín no las tiene todas consigo. Mientras limpia las bolas con mimo, observa las mediciones que realizan los técnicos de una empresa constructora: "Nos van a fastidiar. Este terreno tiene muchos novios. Cuando nos quiten este sitio, buscaremos otro. Ya le he echado el ojo a uno", dice con el tesón de un handicap 22. Aravaca ya no hace honor a su nombre: es un barrio residencial. "Ahora hay más lecheros que lecherías", bromea Agustín. Y eso quiere decir que el suelo vale mucho más para adosados que para satisfacciones.

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