Tribuna:

En la quiebra de la patria racional

"Todos los humanos, por genuina aspiración, aspiran al conocimiento o lucidez"Desde el arranque de su Metafísica, Aristóteles señala de esta manera radical la frontera entre la finalidad que explica el comportamiento meramente animal y la finalidad específica de lo humano. Mientras que el animal, inmerso en la continuidad de lo natural, se halla determinado en exclusiva por los instintos de conservación individual y específico, el humano (todo humano y no solamente una élite) intrínsecamente se halla marcado por esa exigencia de aprehender las razones de sí mismo y de su entorno,...

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"Todos los humanos, por genuina aspiración, aspiran al conocimiento o lucidez"Desde el arranque de su Metafísica, Aristóteles señala de esta manera radical la frontera entre la finalidad que explica el comportamiento meramente animal y la finalidad específica de lo humano. Mientras que el animal, inmerso en la continuidad de lo natural, se halla determinado en exclusiva por los instintos de conservación individual y específico, el humano (todo humano y no solamente una élite) intrínsecamente se halla marcado por esa exigencia de aprehender las razones de sí mismo y de su entorno, marcado por esa aspiración a la lucidez a la que etimológicamente remite la expresión filosofía.

En cuanto seres cabalmente de razón, en cuanto aspirantes a la lucidez, nos hallamos, según otro texto del mismo Aristóteles, entregados a una actividad que es la "propia de los hombres libres". La promesa de la filosofía podría, en síntesis, ser expresada de la siguiente forma: un esfuerzo por superar la pasividad, por sacarse telarañas del espíritu, un esfuerzo por estar erguido, y entonces... el advenimiento pleno del juicio, y con ello la asunción de lo que nos forja y determina.

Constatamos que sigue tratándose simplemente de una promesa. Y no por razones accidentales, si tomamos en serio la afirmación aristotélica de que la lucidez y la verdad es asunto que a todos concierne. Tal afirmación se sostiene exclusivamente en el siguiente presupuesto: los seres lingüísticos en lo nuclear son interpares, la riqueza esencial del lenguaje no reside en los contenidos contingentes que, como resultado de la información, unos, poseen y otros no, sino en el meollo que nos hace por igual participantes de la razón una e indivisible. De ahí que la lucidez suponga comunidad de intereses y proyectos, así como equidad en la distribución de las condiciones de posibilidad de acceso a ella; comunidad y equidad respecto a la tarea propia de los hombres libres.

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Corriente era hace años evocar el juego de palabras forjado por Marx cuando, ante el escrito de Proudhon Filosofía de la miseria, respondía con un sarcástico y hasta cruel Miseria de la filosofía. No miseria del proyecto filosófico, de una tarea coincidente con la fertilización de la razón. Miseria de aquellos que consideran posible la realización de tal proyecto, aun cuando no todos los humanos se hallen concernidos; miseria de los que consideran posible (y hasta justo) que la lucidez, la transparencia, la razón, se den en unos sujetos y no en otros; miseria de los que creen en una plenitud y dignidad del ser humano compatible con la condena de otros seres humanos al trabajo mutilado, al ocio alienante, a la palabra sin sentido y a la consolación irracional; miseria de los fariseos que en un contexto de mutilación afectiva y de indigencia material estiman que ellos se salvan: miseria, en suma, de una filosofía, que consigue tan sólo que un ser objetivamente mutilado se crea racional, lúcido, solidario, demócrata y, en definitiva, fino.

La presente reflexión coincide precisamente con el desmoronamiento del único discurso teórico de la historia que, afirmando la correlación entre inteligibilidad y universalidad, afirmando que la "fuente común de la organización del mundo y del sujeto pensando en el mundo" (según expresión de René Thom) no tiene proyección individual, sino colectiva, afirmando en suma que un solo sabio no hace sabiduría... se propuso asentar las condiciones materiales de posibilidad de que la lucidez fuera algo más que un proyecto eternamente diferido.

Por crítico que se sea respecto a lo que se fraguó bajo el nombre de comunismo, difícil es negar que en la llamada Revolución de Octubre pareció cimentarse la construcción de una patria racional, de una patria que en lugar de identificar y separar fuera matriz de hermanamiento.

V. Gómez Pin es catedrático de Filosofía de la Universidad del País Vasco.

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