Editorial:

Europa insolidaria

LOS PAÍSES ricos de Europa occidental consiguieron la semana pasada que sus vecinos pobres -del Este aceptaran resignadamente ayudarles a cerrar sus fronteras a la ola de emigración formada por quienes escapan del doloroso proceso de transición hacia la economía de mercado. ¿Pero existe esta ola de emigración? Las cifras que se barajan desde que el fin de la guerra fría supusiera el comienzo del colapso económico de los países d -el socialismo real oscilan entre los 20 millones sugeridos a principios de año en Viena, en la primera conferencia sobre emigración ilegal, los, 10 millones que augur...

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LOS PAÍSES ricos de Europa occidental consiguieron la semana pasada que sus vecinos pobres -del Este aceptaran resignadamente ayudarles a cerrar sus fronteras a la ola de emigración formada por quienes escapan del doloroso proceso de transición hacia la economía de mercado. ¿Pero existe esta ola de emigración? Las cifras que se barajan desde que el fin de la guerra fría supusiera el comienzo del colapso económico de los países d -el socialismo real oscilan entre los 20 millones sugeridos a principios de año en Viena, en la primera conferencia sobre emigración ilegal, los, 10 millones que auguran los expertos. de las Naciones Unidas, hasta llegar al medio millón de ciudadanos de los países del centro y del este de Europa que, efectivamente, han emigrado a la CE, Austria, Suiza o a los países escandinavos en lo que va de año.La catástrofe cuantitativa que anunciaban los agoreros no se ha producido y, sin embargo, todo parece indicar que cualitativamente así ha sido. En Alemania, la ola de violencia racista y xenófoba contra los extranjeros no parece detenerse. Lo mismo sucede en lugares tan inicialmente inimaginables como Dinamarca o Suecia, por no hablar de nuestra vecina Francia, donde civilizados políticos de la derecha moderada hablan abiertamente de lo mal que huelen los extranjeros o de la invasión que acabará con el país. La vieja Europa tiene una tradición xenófoba milenaria que resurge siempre que hay que buscar a un chivo expiatorio a quien cargarle la culpa de lo que ocurre. No es ningún secreto que el neoliberalismo en boga, por muchas razones, pero preferentemente presupuestarias, está recortando -cuando no desmantelando- muchos de los servicios sociales que en el reciente pasado parecían derechos adquiridos en el estado del bienestar. El deterioro de los servicios públicos, la persistencia del desempleo, la disminución real del nivel de vida, son explicados con el cómodo argumento de culpar al otro, es decir, por la presencia de los extranjeros.

El caso alemán tal vez sea paradigmático. Los conservadores en el poder han visto esfumarse rápidamente la preferencia de los votantes que les llevó a ganar hace un año las elecciones, empujados por el, huracán de la unificación. El gran fiasco electoral del. canciller Kohl, concretado en la subida radical de los impuestos -tan insistentemente negada en la campaña-, junto con la incipiente inflación que ha desencadenado, no sólo parece decantar a la opinión pública hacia la izquierda, sino que ha propiciado el resurgir de la siempre latente extrema derecha.

Cualquier escenario que contemple la presencia de un partido de extrema derecha en el Parlamento supone la bajada a los infiernos -y por un largo tíempo- de la derecha moderada, en este caso de los democristianos (CDU). Se comprende mejor así la actitud del Gobierno alemán ante la ola de violencia neonazi, criticándola con grandes palabras, pero utilizándola para insistir en la necesidad de cambiar las leyes de asilo. En resumen, vienen a decir, la violencia es equiparable a extranjería, y, por tanto, acabar con una implica acabar con los otros.

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No es de extrañar, pues, que fuera Alemania, y más concretamente el ministro del Interior, Wolfgang Schäuble, el auténtico hombre fuerte de la CDU, quien organizara y dirigiera la reunión de Berlín de la semana pasada, en la que las víctimas -los países de la antigua zona de influencia soviética- aceptaron su propio papel de carceleros de su territorio ante la amenaza de la retirada de la ayuda económica. Si no lo hacían, como dijo Scháuble,- "no tendremos más remedio que volver a la situación anterior de fronteras cerradas".

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