Tribuna:

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La criada polaca se ha puesto los cascos para escuchar la Sinfonía número 7 de Bruckner, mientras friega los platos en la cocina, y en ese momento su señora está contemplando con la boca entreabierta en el televisor del salón un serial de sobremesa donde el hijo acaba de dejar embarazada a la amante de papá. Ante el fregadero, la chica piensa que esta versión de la Staatskapelle Dresden, dirigida por Herbert Blornstedt, no es del todo acertada, porque los metales en el adagio hieren demasiado a los violines, pero la úriada sabe que Bruckner, en la Séptima sinfonía, trataba de exp...

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La criada polaca se ha puesto los cascos para escuchar la Sinfonía número 7 de Bruckner, mientras friega los platos en la cocina, y en ese momento su señora está contemplando con la boca entreabierta en el televisor del salón un serial de sobremesa donde el hijo acaba de dejar embarazada a la amante de papá. Ante el fregadero, la chica piensa que esta versión de la Staatskapelle Dresden, dirigida por Herbert Blornstedt, no es del todo acertada, porque los metales en el adagio hieren demasiado a los violines, pero la úriada sabe que Bruckner, en la Séptima sinfonía, trataba de expresar su concepción de la naturaleza y la religión por medio de contrapuntos audaces y elaborados. En el serial del televisor, la mujer adúltera de pronto descubre que tiene un cáncer de mama, y eso hace estremecer al ama de casa, la cual vierte lágrimas de compasión sobre su bata guateada allí mismo, en un sofá que comparte con dos hijas universitarias igualmente compungidas. El marido de la chica polaca es ingenfero aeronáutico por la PolitécnIca de Varsovia, y trabaja también para esta familia de La Moraleja como jardinero y mecánico, aunque a veces arregla los plomos y saca a pasear al perro. Habla cuatro idiomas y, si bien adora ante todo a Elías Canetti, ahora está perfeccionando el castellano con los relatos de Borges, que lee al volante del coche cuando su señorito, un distribuidor mayorista de tripas de res, lo deja esperando en segunda fila durante las horas que dedica a jugar a los dados en una tasca. A este joven polaco le fascinan los laberintos de espejos, los tigres y cuchillos de Borges, pero interrumpe la lectura, salta como un muelle y obedece si al tripero se le antoja mandarlo a comprar tabaco. Del mismo modo, la criada, que es filóloga, después de fregar los platos, deja de escuchar a Bruckner y comienza a pelar patatas oyendo ahora un concierto de Haendel en re menor, dirigido por lona Brown, mientras su señora se dispone a seguir la evolución del cáncer de matriz de otro putón en otro melodrama. No hay lucha de clases.

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