"Kuras de Vallekas"

Varios ex sacerdotes creen que la vida en el barrio condicionó sus secularizaciones

Antonio Zugasti es un electricista con aspecto de obrero. Antonio Albarrán dirige una editorial de libros y tiene pinta de ejecutivo. Rafael Valverde es abogado. Todos fueron curas hace años, y todos crían ahora a sus hijos en Vallecas. El cuarto es José Lázaro, un celador y sacerdote, casado y con hijos, que cuando termina en la clínica se dedica a unir en santo matrimonio. Se puede ser cura de chocolate a las cinco y se puede ser cura en Vallecas. Durante algún tiempo, una forma de ser sacerdote en ese barrio era dejar de serlo.

En cada uno de ellos han influido cuestiones sentimental...

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Antonio Zugasti es un electricista con aspecto de obrero. Antonio Albarrán dirige una editorial de libros y tiene pinta de ejecutivo. Rafael Valverde es abogado. Todos fueron curas hace años, y todos crían ahora a sus hijos en Vallecas. El cuarto es José Lázaro, un celador y sacerdote, casado y con hijos, que cuando termina en la clínica se dedica a unir en santo matrimonio. Se puede ser cura de chocolate a las cinco y se puede ser cura en Vallecas. Durante algún tiempo, una forma de ser sacerdote en ese barrio era dejar de serlo.

En cada uno de ellos han influido cuestiones sentimentales de distinta índole a la hora de secularizarse, pero en algo coinciden todos: "El contacto tan cercano con la realidad que daba este barrio nos daba una visión muy artificial de la jerarquía eclesiástica". "Uno se cabreaba si el cardenal Tarancón iba a beatificar a un señor en Roma cuando aquí se pasaba tanta hambre", señala Lázaro, que pertenece al Movimiento por el Celibato Opcional (Moceo).Antonio, el electricista, asegura que en alguna parroquia del barrio, "los viejecetes salen por la puerta con su bastoncito y la papeleta del PSOE en la boca" Al rato se lamenta y se felicita a la vez por vivir en un barrio donde pueden observarse directamente todas las miserias sociales en una gente que no dispone de un barniz de dinero o cultura para ocultarlas. "Vivir aquí es duro. La cultura y la zafiedad se respiran a cada paso. La gente destroza los ascensores gratuitamente, y en las reuniones de comunidad de vecinos, antes de que se comiencen a exponer los temas ya hay una agresividad exasperante en el ambiente".

Tardofranquismo

La desconfianza también aparece siempre, y por eso, la gente que más luchó en el tardofranquismo es la que más quemada ha llegado a los nuevos bloques Valverde, el abogado, afirma que siempre hay voces que dicen '"fulanito, que tanto graznaba antes, ya ha conseguido trabajo; por algo será". La sensación después de escucharles, es que el barrio parece haberse olvidado de las antiguas chabolas sobre las que se asientan ahora los edificios.El contraste con los tiempos del padre Llanos es evidente, segun ellos. Una noche, "por poner un ejemplo" acudió Pepe, el celador, a una chabola donde iba a parir una mujer. "Allí no había absolutamente nada, y al día siguiente, la mujer había parido sobre un colchón que le había dejado su vecina. La vecina, mientras tanto, se había quedado sin ningún colchón".

Ahora, cada uno de los cuatro se dedica a vivir de la forma más pacífica posible, sin demasiadas praxis. "Estamos muy dispersados" afirma Zugasti. Lorán, el editorialista, piensa que su remordimiento es no disponer de cinco o seis horas a la semana para el barrio.

Incluso el gran problema actual del barrio, que es el de la droga, tampoco centra las horas de ocio de estos trabajadores.

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Decentes y normales

Albarrán asegura que en Vallecas hay un grupo de curas decentes -"no muchos"- y otros "normales". "Del campo del Rayo para abajo están los que podrían estar en Manuel Becerra, por ejemplo".Albarrán, que aterrizó en el barrio hace 10 años, porque la chica de quien se enamoró, su mujer actual, vivía en Vallecas, se muestra esperanzado. "En mi bloque vivimos todos muy a gusto, hacemos una fiesta dos veces al año. La mayoría no saben que he sido cura, a pesar de que nunca lo hemos ocultado".

Pero Zugasti, el electricista, asume su pesimismo crónico. "Es que yo he sido siempre el pesimista del grupo. En las manifestaciones contra Franco, yo siempre veía 300 personas, cuando los demás veían 30.000".

Todos parecen tener un humor a prueba de las más sarcásticas alusiones a los hábitos, como se observa en la despedida de Lázaro: "Es muy tarde, y mi domadora debe estar cabreada. Esto de ser cura y estar casado... vale, pero cura y divorciado ya es más complicado, así que me voy".

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