Editorial:

El laberinto irlandés

EL TRÁGICO y aparentemente insoluble problema de Irlanda del Norte se resume con sencillez: sus seis condados no fueron desgajados del Reino Unido cuando éste, en 1922, se vio forzado a conceder la independencia a lo que hoy es Eire (aunque la República no fuera proclamada formalmente hasta 1949). Desde entonces han vivido en un estado de permanente desorden. La mayoría protestante del Partido Unionista del Ulster, afecto a Londres, ha controlado la vida política del norte, no sólo con ciega exclusión de la minoría católica, sino con extrema violencia. Los católicos pretenden la integración de...

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EL TRÁGICO y aparentemente insoluble problema de Irlanda del Norte se resume con sencillez: sus seis condados no fueron desgajados del Reino Unido cuando éste, en 1922, se vio forzado a conceder la independencia a lo que hoy es Eire (aunque la República no fuera proclamada formalmente hasta 1949). Desde entonces han vivido en un estado de permanente desorden. La mayoría protestante del Partido Unionista del Ulster, afecto a Londres, ha controlado la vida política del norte, no sólo con ciega exclusión de la minoría católica, sino con extrema violencia. Los católicos pretenden la integración del Ulster en la República y algunos utilizan, en defensa de sus aspiraciones, el terrorismo del Ejército Republicano Irlandés (IRA).Todo intento de pacificación desde finales de los años sesenta ha sido vano. Los actores de la tragedia, separados por una barrera de odio e incomprensión, se han arrastrado hacia la violencia. No obstante, tras largas discusiones y considerables dificultades, en noviembre de 1985, Londres y Dublín firmaron el Acuerdo Anglo-Irlandés, en el que se preveía la intervención de la República en los asuntos de interés mutuo en el Ulster, a través de una Conferencia Intergubernamental; aunque en el acuerdo se establecía que no se efectuarían cambios en la situación política del Ulster sin la aquiescencia de la mayoría, los unionistas se opusieron terminantemente a él desde el principio. Consideraban que la intención de los Gobiernos británico e irlandés era discurrir para el Ulster alguna fórmula de autonomía, devolución o acomodo político conjuntamente acordado.

Mientras la lucha armada prosigue su malhadada espiral (hace una semana, tres soldados británicos murieron en la explosión de un camión bomba; tres días después, tres activistas del IRA perdieron la vida en una emboscada tendida por el Ejército), el ministro británico para Irlanda del Norte, Peter Brooke, ha hecho grandes esfuerzos por que se reanudara el diálogo previsto en el Acuerdo Anglo-Irlandés. Hace poco más de un mes, las partes involucradas -menos el IRA- sorprendieron a todo el mundo al aceptar sentarse a una serie de mesas negociadoras para buscar alguna solución al drama norirlandés. No sólo accedió el Gobierno de Dublín. También lo hicieron los cuatro principales partidos del Ulster: el Social Demócrata y Laborista (SDLP, de minoría católica y moderadamente nacionalista), el Partido Alianza (interconfesiónal y probritánico) y los dos extremistas protestantes (el del reverendo lan Paisley, el famoso Sávonarola de Belfast, y el encabezado por James Molyneaux), leales a Londres.

Por un instante se pensé que el horizonte era prometedor y el éxito fue celebrado entusiastamente. Nadie pareció recordar que, cuanto más delicado es el fondo de un asunto, más probable es que las cuestiones de forma se conviertan en barreras insuperables: pese a que hace cinco semanas que se logré el acuerdo, no se ha producido reunión alguna de ninguna de las tres bandas previstas (los partidos entre sí, los partidos con el Gobierno de Dublín y éste con el de Londres).

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Todos han gastado inútilmente gran cantidad de saliva en discutir de cuestiones de procedimiento. Lo que es peor, al ministro Brooke se le ha ocurrido que debía presidir la segunda banda un político británico que los unionistas equiparan a Satanás: lord Carrington, ex ministro de Defensa, ex secretario general de la OTAN y personaje conocido por su inclinación a darle la razón a Dublín en este irresoluble pleito. Es probable que lo único que esté haciendo Carrington sea ponerse del lado de los que, terroristas aparte, le parecen más moderados y más dispuestos a la tran sacción. Desafortunadamente, pocas cosas en Irlanda del Norte tienen que ver con la moderación.

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